Tampoco se sabe si su señoría estaba durmiendo o distraído o disfrutando de su sueldo libre de impuesto a las ganancias, cuando Cecilia de Pando amenazó con el degüello a un tribunal que juzgaba a represores, o cuando una interferencia al helicóptero presidencial hizo resonar la amenaza: “Maten a esa yegua”. Estilo que se reproducía en las manifestaciones ruralistas de 2008. Cualquiera se acuerda de la amplia difusión que tuvo una dama paquetona y sojera cuando desde su cuatro por cuatro gritaba para la televisión de Magnetto y para los cuatro vientos: “ maten a esa puta yegua montonera”. Hay más ejemplos de presuntas sediciones retóricas más amenazantes que las de Bonafini. Y más poderosas: no bien asumía Kirchner la Presidencia, el entonces director de La Nación, Claudio Escribano, le advirtió en una carta que si no cumplía con las medidas que allí se le recomendaban, su mandato iba a ser efímero. Quienes acusan a Bonafini por su mensaje exaltado de la marcha del miércoles en Tribunales, no deben considerar las veces que Elisa Carrió comparó a Néstor Kirchner y a Cristina con el matrimonio Ceaucescu, ejecutados en la horca. O cuando la misma Carrió se relamía diciendo que la gente en la calle le decía “los queremos matar”, refiriéndose a los Kirchner.
También podría recordar las tantas amenazas de Alfredo De Ángelis y Eduardo Buzzi en la época en que, montados en tractores, le advertían al Gobierno sobre inminentes “derramamientos de sangre”. O les gritaban a los representantes de las provincias que tuvieran cuidado en sus bancas o ellos “les iban a enseñar a legislar y, a su regreso a sus pueblos, los iban a escrachar en sus casas”. Sedición significa también sublevación de las pasiones. Incluso algunos jueces necesitarían enfriarlas. Y así sensatamente usar sus cargos a favor de la Justicia.
(Orlando Barone, en Radio del Plata)