miércoles, 23 de febrero de 2011

¡Está linda Santa Rosa!

El que te jedi
El verano capitalino a full: calles con paisaje natural (las que no están hechas pelota, están en "reparación"); una diversidad de fauna que les provoca calambres de tripa a los de Discovery Channel (mosquitos de todo tipo y factor, langostas tucuras, jejenes del tamaño de Cincinnati, moscas de las inespantables y los acostumbrados perrunos callejeros a razón de uno por habitante), lluvias que amagan y terminan siendo bofes de viento y tierra; y, ahora, corte de agua porque falla el acueducto más largo del mundo.
Sólo falta que vuelva el que te jedi y estamos completitos!!! 

sábado, 19 de febrero de 2011

Piñas y fotos

Esta es la foto de tapa de la edición digital de El Diario, ilustrando la crónica de la pelea en la que anoche Mónica Acosta le ganó por puntos a Alejandra Oliveras, en un fallo -por lo menos- discutible. En cambio, en la portada del matutino en papel, salió la foto de abajo, que no dice mucho. Una decisión editorial -por lo menos- discutible. Ambas son de Miguel "Tito" Moreira.

lunes, 14 de febrero de 2011

Dos grandes que se van

Ronaldo, ese brillante delantero brasileño, anunció su retiro. Y se le pianta un lagrimón a cualquiera que ame el fútbol.
Pero no es el único que se va, en este negro e inolvidable 14 de febrero: otro grande, más de entrecasa, también anunció su retiro...
Sí, el concejal Oscar Vignatti se retira de la política: una página negra para el deporte local.

domingo, 13 de febrero de 2011

Shepard & Frencia

El hombre se considera agradecido por los amigos que tiene. Hablando específicamente de  amigos del sector de los históricos, en general íntimos, aquellos que conforman una raza especial: los incondicionales. Esas amistades, piensa este hombre, que nunca te van a fallar. Uno de estos personajes en particular, en esta hoja, se llama Sigmund Frencia y le viene a la mente mientras lento reflexiona tirado en la hamaca paraguaya colgando hacia el jardín de noviembre. El clima es especial. Cantan, alternados desde el dial de la radio tanguera el Polaco Goyeneche, Julio Sosa, Francisco Fiorentino y le responden una orquesta de zorzales entre las plantas. Arriba en el cielo cruzan grandes pajarracos zancudos blancos nómades desde África del Sur hasta las puertas del delta bonaerense. Las moras revientan oscuras desde los árboles. Los nísperos relucen por sobre la altura de los ligustros. Florecen enredaderas, rosales, geranios de colores furiosos y glicinas. Agarra el libro de vuelta y buscando el filo por donde entrarle accede al recuerdo del día que este amigo le convidó algunas lecturas. Fue seguramente alguna tarde noche en el departamento de la calle Mansilla. El hombre agarra el pequeño libro y fichando hojas encuentra un texto en la página número ochenta y uno, un palabrerío sin título que lo sorprende. El original salió a luz en San Francisco por City Lights Books, 1982. El  maravilloso librito es Crónicas de motel, de Sam Shepard. Recuerda el comentario de Sigmund Frencia cuando se lo prestó: en esos mismos textos estaban inspirados los deseos de Wim Wenders al realizar la no menos fabulosa París Texas, de la que Wenders y Shepard son coguionistas. El hombre relaciona bolsas con celofanes y mezcla aires sensibles. Entonces cree en determinados momentos: el parentesco de la escena escrita y la hermandad de gestos que marca aquel final memorable de la película Belleza Americana de Sam Mendes. La pareja de jóvenes hablando filman el remolino junto al baile aéreo de la bolsa. Piensa en la amistad incondicional como una serie de sucesos. Y en ese andamio de anécdotas gloriosas, repetidas, siente que compartir la lectura del libro anuda aún más la relación con este amigo. Tal vez no sea cierto. Pero el hombre piensa en eso. Mejor dicho: siente eso.  Agarra el libro y ve al tío Sam Shepard escribir:

Hombres peinándose en su coche.
Hombres mirándose el pelo en el retrovisor.
Hombres con  grandes peines negros en el bolsillo de atrás.
Hombres preocupados por cómo les ven las Mujeres.
Hombres que se convierten en anuncios de Hombre.
Mujeres calzadas con botas que las obligan a cojear.
Mujeres cuidando de que sus ojos no se crucen con los ojos de los Hombres.
Mujeres que se convierten en anuncio de Mujer.
Esta niña que lleva un vestido verde claro y zapatillas negras de baloncesto.
Esta niña que persigue un pedacito de celofán que vuela por un aparcamiento vacío.
Esta niña que habla con el celofán como si fuese una criatura del viento.
Esta niña que sonríe al cálido aliento tropical que le da en la espalda. No ve ninguna diferencia entre ella y el celofán. Empujados ambos por el viento. Reunidos en un mismo momento. La niña baja la vista hacia el celofán. Le habla directamente:
-Déjame pisarte-le dice. Quédate quieto para que pueda pisarte.
13/1/80
Homestead Valley, Ca.

Negro Vachino

martes, 8 de febrero de 2011

Piden reactivar el balneario

Foto: Jimena Roldán.
El “balneario de Utracán” era uno de los lugares turísticos de La Pampa, junto con la laguna de Guatraché, las Sierras de Lihué Calel, las termas de Larroudé o la tan promocionada en este año “Villa Turística Casa de Piedra”, por nombrar un puñado.
Allí se puede realizar el avistaje de flora y fauna autóctono, safaris fotográficos, deportes acuáticos y en otros tiempos se llevaban a cabo espectáculos al aire libre y se podía utilizar el balneario como tal. Incluso hubo una escuela de canotaje. Pero, lamentablemente, el lugar está abandonado y sus instalaciones, deterioradas, por más que la Secretaría de Turismo de la provincia insista en promocionar el lugar.
Allí hay un sector de camping que cuenta con parrillas, baños, un salón comedor y enfermería. Se encuentra el camino pavimentado hasta la propia entrada del balneario y aún sigue en pie la garita a donde llegaban los colectivos en la época en que funcionaba. 
Un grupo de personas interesadas en que se reactive el lugar, está reclamando para que se vuelvan a abrir las fuentes de trabajo que generaba el lugar, a la vez que pueda ser visitado y disfrutado por los turistas.

domingo, 6 de febrero de 2011

Soledad

Quiero decir muchas cosas y quiero empezar por una que es la primera: no me gusta estar solo. No me gusta, es detestable, me siento extraño, incómodo. Si mi novia se va del departamento me pongo nervioso. Prendo la televisión y trazo un diagrama de pensamientos que me asustan. Intento calmar el ansia que motoriza la soledad en mi persona e indefectiblemente vuelvo a la sensación de sentirme aislado del mundo real, al aire viviente que me rodea. Pero no soy un loquito que divaga y arruina horas quemando puchos en el cenicero embotado viendo pantallas de computadoras y televisores idiotas. Soy perseguido activo: voy, corro, pedaleo y vengo. ¿Tendré que ir al psiquiatra? No creo, no creo.
Quiero decir muchas cosas y quiero platicar en la segunda: la soledad como palabra nos dice mucho más que lugar desierto, o tierra no habitada. Puede ser tonada andaluza melancólica y ser un resquicio donde hallar temores familiares con carencia voluntaria o involuntaria de compañía. Todo en soledad me da tristeza, desasosiego. El estado de ánimo es parecido a una mezcla de fatiga pegajosa con aburrimiento. Es triste decirlo pero es la realidad de uno. Para escabullirme de las curvas descendentes hace falta equilibrar la psique. No cualquier looping pedorro acomoda tamaña depresión en esta bajada de nubes absorbentes. Se ajusta la fibra de los alerones. Después ver si planea. Suena el teléfono en la mesa. HOLA. SI SOY YO, OSCAR. ¿A QUIEN BUSCA? ¿A QUE NUMERO LLAMÓ, SEÑORA? NO, EQUIVOCADO.
Quiero decir muchas cosas y quiero seguir con la tercera: cuando estoy solo, en la soledad más íntima, me picotean los impulsos de salir del encierro de las paredes. Me urge salir a observar cosas y palabras escritas en los paredones de esta ciudad, Atnasasor. Camino y camino. Camino y prendo cigarros bufando humo de locomotoras. Y allá, cuando seco queda el pico, buscó algún barcito para tomar un refresco sintiendo la sensación de tomar algo más que un poco de aire. La soledad vuelve su piel verdusca brillante y afloja cuestionamientos. Inmóvil, el desentumecimiento colorea brevísimas razones para afirmar que no necesito un psicólogo. Siento el cuerpo mejor, muevo las articulaciones y la cabeza busca lucidez. Es tarde. Vuelvo a casa.
Quiero decir muchas cosas y quiero hablar sobre un punto cuarto: la opacidad del departamento me pega un cross eléctrico y quedo enganchado contra las cuerdas  y en la bobería del nuevo encierro aparece lentamente una nueva depresión de soledades. Parece mentira. Es la verdad. Otro sopor, pesadez en el cuerpo, pensamientos ridículos, sumamente extraños, no prohibidos, extraños por inconexos, apabullantes enrosques que no tienen fundamento, ni hipótesis, ni eternidad. La sensación más gráfica para expresarlo es como meter un leopardo salvaje en una jaula. La pulsión es salir y salir como sea posible hecho un demonio.
Quiero decir muchas cosas y quiero evacuar dudas en un punto quinto: ¿necesito ayuda profesional? ¿Ir a un psiquiatra? ¿Una profesora de Reiki? ¿Psicólogo? Es evidente que todo esto que vengo pensando tiene un motor gasolero que tose y no para y me esta comiendo el coco. Este dúplex de mierda asfixia mis sentidos con todas y cada una de sus paredes, hasta la vista del balcón me perturba cuando duermo sobre las almohadas del inconsciente. 
 

Negro Vachino

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