Quartucci: horrores y maravillas

Guillermo Quartucci tiene una vida de película: en julio del '76 se fugó de los represores. Escapó de noche, por los campos pampeanos, y caminó durante 6 días desde Jacinto Arauz hasta llegar a Bahía Blanca.
En el camino, claro, le pasaron cosas, "como ocurre en toda aventura al aire libre", dice Quartucci.
Cuando lo secuestró la patota de la Subzona 14 daba clases en el colegio José Ingenieros, de Arauz.
Su testimonio fue un aporte más al juicio que se viene haciendo en Santa Rosa. Y en la noche de ese martes, Quartucci -radicado en Méjico- se hizo un espacio para seguir conversando de ese tema y de otros en el programa radial "Salieris", que emite la FM Sonar (91.3).
Allí Quartucci contó su visión de aquellos días y aceptó que -salvando las distancias- percibe que en la Argentina y en la Latinoamérica de hoy hay una especie de reverdecer de la primavera política que permite la discusión de los asuntos públicos, el debate y el compromiso de sectores juveniles.
La del martes, en "Sonar", fue una noche especial, en la que

Quartucci insistió en su concepto de que así como la experiencia de la dictadura demostró los peores horrores humanos, también supo en carne propia que el mundo tiene cosas maravillosas.
"El mundo no es tan perverso como nos hicieron creer, el mundo tiene cosas maravillosas. Nos quisieron aniquilar pero aquí estamos".
Dejó en claro, además, en que todo ese proceso no logró terminar con las ideas que se querían eliminar: al contrario, esas ideas fueron reafirmadas, enriquecidas con el tiempo y la experiencia.

También sabe que lo que pasó en Arauz, como lo que fue pasando en cada pueblo o en cada gran ciudad de la Argentina en aquellos días, tuvo un origen de locura: la paranoia y la chismografía metieron la cola; los comentarios pueblerinos les apuntaron a los profesores renovadores, que en el colegio secundario "José Ingenieros" daban libertad a sus alumnos, que estaban dispuestos a debatir y conocer de otro modo.
Quartucci es docente universitario. Está convencido de que su destino, como el de los compañeros de "detención", no era otro que el fusilamiento.
Estaban esposados y vendados en el puesto caminero de Arauz. Él era muy flaco y alcanzó a zafar la mano izquierda de las esposas. Fue el primer paso hacia la libertad: saltó por una ventana y corrió.
Después, con paciencia zen -no por nada es un enamorado de la cultura japonesa- caminó y caminó, esquivó las reflectoreadas militares, se cayó a un arroyo en medio del frío, soportó la indiferencia de las personas a las que pidió ayuda, caminó, caminó y caminó hasta llegar a su Bahía Blanca, donde se encontró con otro problema: ¿dónde ir, si todos los familiares y amigos iban a estar vigilados por las mismas fuerzas de seguridad?.
La persecución siguió durante años, aún en el exilio: quisieron extraditarlo cuando estaba en Japón, en el año '80. Eso lo obligó a modificar su proyecto de trabajo y su plan de vida: protagonizó otra fuga de película, hacia Méjico. El personal de seguridad de la embajada de ese país lo subió al avión en medio del temor de que pudieran matarlo.
Cada testimonio que se escucha en el juicio de la Subzona 14 tiene sus particularidades: algunos conmueven por su historia personal, otros describen el dolor de manera contundente, otros tienen un contenido político preciso, otros son mendaces y otros de una dignidad enorme.
El testimonio de Quartucci fue especialmente memorioso, con una lucidez y una inteligencia extraordinarias, que le permitieron recordar cada pequeño detalle de su detención.
Él dice que la situación de shock hizo que su mente se despegara del cuerpo, así de siemple: en esas horas terribles -cuenta- su cabeza actuó más y mejor que en los días normales, y su cuerpo parecía el de otro. Lo golpeaban y no sentía dolor. No sentía frío ni ganas de ir al baño. Esa separación entre cuerpo y mente le permitió conservar cada detalle en su memoria, y hacerlo desde la lucidez.

J.P.G.

Fotos: Cecilia Fernández