La madre gime, putea, abraza y se encarniza con los muchachos de la Federal cuando intentan levantar a Eduardo. Tres esforzados hombres mueven el cuerpo del gordo Piedras y se lo llevan. La calma en la desdicha del hogar es utópica: a la madre, ahora en el cuarto contiguo que hace de sala de ensayo, se la escucha destrozar con sus más furibundos impulsos algunos instrumentos y con frenesí desgarrar partituras para que mueran junto a la sensibilidad artística del hijo. El accionar de la ley es implacable. Al no poder contenerla en una hora la muchedumbre de pesquisas desaparece.
La madre frena la histeria y el lagrimeo. Distendida por unos segundos en el sillón comienza a carburar hipótesis. Un par de llamados interrogatorios la distraen. Al rato reanuda la marcha de las ideas. En la congoja hace un racconto de la vida de Eduardo: nunca vivió más que con ella; era inteligente, miedoso, un músico brillante e inseguro; a pesar de su carácter retraído fue un acosador nefasto de mujeres y le daba lo mismo que fueran viejas, enfermas, jóvenes, embarazadas o idiotas; un proyecto de hombre que dilapidaba brutalidad para el trato con la mayoría de las personas; un hijo desagradable y angustiado, infeliz.
La madre se levanta del sillón aterciopelado beige. El living es una morgue teatral amueblada. Entre varias botellas, en una especie de barra, busca el vodka. Encuentra un vaso y sirve tres cuartos. El líquido cayendo rompe el silencio. Con su pico pintado de cacatúa sorbe pequeños tragos. Recostada nuevamente en el sofá emana leves chillidos de cansancio.
La madre está exhausta y satisfecha.
Negro Vachino
2 comentarios:
Che, esos menudos, son sesos (con "s"), para los ravioles de la vieja pa´l domingo.
son las tripas del tuerto despues de las enemas
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