Samuel Bertón |
- Por Graciela Berton
Hoy se conocen los nombres de la mayoría de las personas (léase bien: civiles) que pusieron en manos del ejército y la policía los "argumentos" necesarios para darle cabida al irracional operativo llevado a cabo en el Instituto Secundario "José Ingenieros" y en el pueblo de Jacinto Arauz en general. Algunos de ellos son (eran, en el caso de fallecidos) parientes cercanos nuestros y hermanos en la fe de la Iglesia Evangélica Valdense, congregación religiosa a la que pertenece mi familia y que tiene gran representación en la comunidad de ese pueblo pampeano y aledaños.
En verdad, el gran pecado en que incurrió mi padre, Samuel Ezel Berton, y sus compañeros/as fue el pretender lograr el acceso igualitario a la educación en un pueblo donde la formación académica formal terminaba con la escuela primaria y solo familias de abultados ingresos económicos podían brindarle a sus hijos/as la posibilidad de seguir los estudios secundarios y, más tarde, universitarios. Como bien lo expresara uno de los denunciantes, el permitirle acceder a la educación a "todo el mundo" traería aparejado un gran problema al lugar, ya que "si todos estudian, ¿quién va a querer trabajar?"
La vida de mi padre y de toda nuestra familia se vio traumáticamente transformada a partir de ese día en que terminó mi tan atesorada infancia, el día que vivimos la maldad de alguien en carne propia; en el caso concreto de mi padre en sentido literal, ya que, además de diversas vejaciones y un simulacro de fusilamiento, soportó el horror de la tortura por aplicación de picana eléctrica y la asfixia a través del "submarino seco".
Mi padre murió muy joven, con sólo 54 años, cuando la democracia argentina después de la dictadura tenía sólo unos meses de vida. Hago absolutamente responsable de su muerte a la traumática experiencia vivida por él, quien fuera una de las personas más integras, transparentes y pacifistas que se han cruzado en mi camino. Los responsables de su calvario (una parte de ellos, al menos los inmediatos) están detenidos desde julio de 2010 y fueron condenados por un Tribunal que les garantizó todos los derechos que les corresponden como ciudadanos, a distintas penas de reclusión.
Los responsables absolutamente necesarios para que eso suceda (es decir, los civiles que efectuaron las denuncias sin el mínimo fundamento) están en libertad, gozando de la impunidad que brinda el anonimato artero, que te permite traicionar a alguien a quien saludas todos los días en un pueblo de 800 personas. Como en esta vida (o en alguna otra, a más tardar) todo llega, tengo la tranquilidad de que esos hechos también van a ser castigados como corresponde y por esa razón no me canso de recordar y cultivar la memoria en los jóvenes.
Hasta ahí la historia del "pasado"
Pero quizá te preguntes a que se debe el título de esta nota (La (¿última?) traición) y te lo explico seguidamente.
Después de declarar como testigo en el juicio a los represores de La Pampa (Subzona 14), toma contacto conmigo el abogado José Eduardo Fernández Borzone, quien actuara como querellante en dichas acciones judiciales, y se establece un vínculo de "amistad" a través, sobre todo, de Facebook, relación que he compartido con todos/as ustedes también.
En ocasión de concluir la primera etapa de dicho juicio, acordamos con mi hermano ampliar las acciones modificando nuestro rol y participando como querellantes, con la asesoría y el acompañamiento profesional del abogado F. Borzone. A tales fines, le hago llegar a través de una persona de confianza la documentación necesaria para iniciar/proseguir dichas acciones, entre ella, el único recuerdo material que poseemos de mi padre relacionado con los penosos hechos a los que hago referencia: una declaración testimonial de lo acaecido durante su secuestro y posterior detención. Esta declaración fue realizada frente a un escribano público 7 días antes de su muerte y presentada por mí como prueba al Tribunal Oral Federal de Santa Rosa al dar mi testimonio como testigo. Para ser aceptado como prueba, ese documento debe ser certificado por el colegio de escribanos de la ciudad de Bahía Blanca y el señor F. Borzone se ofreció a realizar el trámite en un viaje programado a esa ciudad. Obviamente confié mucho más en una persona que se iba a hacer cargo de nuestro requerimiento frente a la Justicia y no en una empresa de correos. Y ese fue mi TREMENDO error.
De manera absolutamente inexplicable, F. Borzone interrumpe el contacto conmigo, no atiende los llamados de mi hermano y desaparece de nuestro ámbito. Al prolongarse esta actitud, decidimos recuperar la documentación (REITERO: la UNICA copia original existente de la declaración firmada por mi padre antes de su muerte). Para nuestra sorpresa y enorme disgusto, F. Borzone hace oídos sordos a todo tipo de requerimiento de mi parte e incluso ante el insistente pedido de un amigo en común, de total confianza para ambas partes.
Ese documento es el único recuerdo material que nuestro padre quiso dejarnos relacionado al terrible trago amargo que la vida le tuvo preparado; la firma de puño y letra en cada foja tiene un valor incalculable, no sólo como testimonio para presentar frente a la Justicia, sino también afectivo. Todos estos argumentos no bastan para que F. Borzone se digne a devolverlo o al menos explicar por qué razón no lo hace.
Por todo lo antes expuesto, hago pública ésta situación y te pido por favor que intercedas por nosotros frente a esta persona, ya que todas las vías alternativas posibles fueron agotadas.
Con mi hermano queremos iniciar un proyecto, poniendo en práctica los principios rectores e ideales de nuestro padre: crear un fondo con su nombre y facilitarle el acceso a la educación a chicos de nuestro pueblo que estén motivados y en condiciones de hacerlo, pero que sus familias no pueden solventar el gasto que eso implica. A tales fines queremos reclamar el pago de la indemnización en concepto de reparación histórica que nos corresponde como herederos. Para iniciar ese trámite necesitamos también esa documentación.
Por todo lo antes expuesto, apelo a la solidaridad, disculpándome de antemano si he causado una molestia haciendo partícipe de la situación dolorosa por la que estamos transitando a quien no debiera.
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