domingo, 12 de junio de 2011

La diosa prieta

(Foto: Solana Lanchares Vidart)
La señorita Rivadineira mide sus buenos ciento setenta y cinco centímetros y no desentona del brazo del Inspector Gutierrez. Es voluptuosa y bien parecida. Su tez negra, mulata, trasluce algunos genes lejanos de África. Portentosa, con unas tetas rozando la hermosa exuberancia de abejas reinas, la negra Rivadineira es una de esas pocas minas espectaculares de Atnasasor. Cualquiera se da vuelta para mirarla. Hombres y mujeres fríen miradas e instintos viendo esa bomba de piel chocolate. La saliva de la negra Rivadineira es densa como espuma de cerveza Guinnes. Sus besos encarnados bullen en la oscuridad. En este pueblo ciudad de perros una potranca como Rivadineira es la hechicera. Su piel es silbadora de erecciones. La mirada color verde canela y el culo de Gladys son una juerga.  Un festín de ojos ajenos es la diosa prieta. Y se la coge el Inspector justamente. El padrillo del barrio El Churrasco, Villa Luro y zonas aledañas. Un cogedor nato, imperturbable. El depredador de conchas lindas. Cualquiera coge seguidito y variedad. Pero pocos suman la belleza de las participantes como punto a favor. No es lo mismo, en un lapso moderado, ponerla con quince gordas, cuatro cacatúas y dos flaquitas simpáticas con las tetotas hechas como pelota de handball, que cogerse diez mujercitas apetecibles, interesantes e idiotas, llamativas, bien armaditas, esas mujeres con las que a uno da ganas de pasear, mostrarse, salir a la vida social de vueltas de perros con perros y perras. Gutierrez pensó en Olga Smith casi con desdén. Recordó que nunca había tenido una aventura con ella pero sí un cruce de chateo. Se acordaba de memoria a pesar de que había sido bastante tiempo atrás, casi dos años por lo menos.

Negro Vachino

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