domingo, 5 de junio de 2011

El ángel negro

(Foto: Paula Inchaurraga)
El inspector dudó un instante para pensar qué decir. Un escalofrío le sacudió las cervicales. Con anestesia se guardó medio pálpito. Me parece que Brillantina tiene razón. Suena a muerto a domicilio. Los tres conocimos a Olga Smith por las detención es inofensivas, casi de chequeo y de rutina que le hicimos. Y ustedes saben que soy íntimo de alguien que fue por muchos años uno de sus amantes. La falta de pistas me sigue preocupando. Alguien limpió el lugar. Creo que hubo más de una persona con Olga en el momento del asesinato. ¿Una fiestita que salió mal? No creo. Estoy cansado. ¿Cuánto hace que no dormimos? ¿Tres días? Me vas a tener que convidar un poco de milonga, Claudio. Los tres se rieron nuevamente. La aversión de Gutierrez por la cocaína era histórica. Prefería esos Millis Porris, finalmente llegados a Atnasasor, jugosos cigarros de cáñamo recién importados envueltos en dulzuras de gin y anís (periplos de vuelos en ala delta y corrientes mentales por cada uno fumado). Las tres sonrisas amigas cruzaron miradas e internamente, bajo la luz de esa conexión visual, comprendieron que alguien pútrido como un ángel negro les plantaba pelea. Pelea de la buena en la que podían perder. Perder todo. La riña sonaba a sangrienta. El primer muerto yacía en la morgue. Sonrieron al desafío. Levantar el avispero pareció una jugada simple, sin riesgos que reboten. Prefirieron callarse. No abrir el juego perverso. La nariz de Claudio Olleos bramó como un ciervo colorado celando al medio del ocaso pampeano. El grito nasal fue largo, ampuloso, buscando una hembra que se llama cocaína. El Diputado volvió a reír pero no dijo nada.

Negro Vachino

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