domingo, 15 de mayo de 2011

Luna blanca

La Doctora, como siempre coqueta, se arregla. Saca del bolso un peine grueso y prende otro cigarro mentol. Busca las llaves del escritorio. Abre y revuelve entre monedas, tarjetas y atados vacíos de puchos. Encuentra su sevillana y la pone arriba del escritorio. Levanta la vista y se enfrenta con el espejo al compás de la pasada del peine sobre el cabello. Está vieja pero es medianamente joven. Mira su ceño fruncido. Los pechos, leves apuntando hacia abajo. Las caderas firmes de madre. Las piernas flacas. El sexo ardiendo firme allá abajo con otro mensual goteo de sangre. Que difícil es tratar de no pensar en las molestias generales, cualquiera tipo y factor sean: psíquicas, motrices, cutáneas, visuales, de hormonas, angustiantes, musculares o lo que carajo fuera. Deja el peine en la cartera y se va a fumar bajo el dintel de la puerta. En el pasillo principal se encuentra con Sergio Evaristo buscando su despacho y le pregunta: ¿Qué hace doctora? ¿Viene Brillantina a la reunión? La Doctora contesta afirmando con movimientos ascendentes de cabeza. El Inspector suelta una risita real. No puede olvidar dejar de reír con el sobrenombre de Olleos: Brillantina, la nariz más rápida del noreste de Atnasasor. El sifón humano invertido, la aspiradora, el oso hormiguero: la momia que parla. La napia de Claudio Olleos en los barrios bajos es venerada, mítica, el faro de narigones del putrefacto condado. No se incluye en su leyenda al inolvidable Peludo Rebeche, otro elefante con trompa de oro, un camote relleno con cien ajíes picantes, el tiburón devorador de rayas y dominador de las tierras sin aguas en las estepas centrales de la zona pacífica de Atnasasor. Entre ellos dos y algún que otro pesadito más deben ser los hombres al frente de la eterna caravana. Da lo mismo. Claudio Ricardo Brillantina Olleos es parte de esa raza indestructible y reina pulular de la luna noche luna blanca. En la ciudad pueblo hay pocos, pero hay tipos duros capaces de aspirar todo el abecedario en letras de cocaína tamaño Book Antiqua ochenta y seis. Y después empezar con los números para perder la cuenta. Motores alcohólicos voraces con recetas de nafta picada en pequeños, infinitesimales gramos de merca pura y gránulos de cortes variados. Hombres ajenos al dolor, imperturbables. Por lo menos eso parece. En cualquier placer vicioso es inevitable sufrir. Uno de esos personajes del fin del mundo, en el medio de la nada más absoluta, es Brillantina. El inspector está bajo el mando legal administrativo de semejante bazofia. No es que no lo quiera por merquero. No se lo banca por corrupto. Y a su vez lo aprecia. Son las reglas del juego. La doctora invita a pasar. Gutierrez pasa, busca asiento y prende un Milis Porris. El ambiente se pone verde y no es una oficina de Greenpeace. Las plantas y helechos de la oficina se retuercen envidiosas y quemándose las hebras espesas planean volutas de humo dulce trepando por el ambiente, dificultan la visión. A la charla futura sólo falta el moqueo jamás interrumpido de Claudio Olleos. El Diputado llega cinco minutos después. Hablan de pelotudeces, del caso Smith, de comidas afrodisíacas que ninguno probó y hablan de leguleyos conocidos. Les gusta criticar a los chupa libros de Tribunales, jugadores de otro juego. Ríen falsamente entre anécdotas medio inventadas, graciosas, repetidas, conocidas hasta por la muchachada de ordenanzas. Habla el Inspector. Tengo el informe forense y apenas lo miré, a simple vista a Olga Smith la mataron con saña, ocho tiros para una mina indefensa particularmente me suena exagerado. La baja cantidad de morfina en la sangre muestra que estaba apenas drogada. Sin magullones o golpes en el cuerpo. No hay mucho más para escarbar.

Negro Vachino

1 comentario:

Anónimo dijo...

holla amigos su espacio online es muy hermoso,es la tercera vez que hay visitado su blog, bon trabajo!
Adios

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