domingo, 13 de febrero de 2011

Shepard & Frencia

El hombre se considera agradecido por los amigos que tiene. Hablando específicamente de  amigos del sector de los históricos, en general íntimos, aquellos que conforman una raza especial: los incondicionales. Esas amistades, piensa este hombre, que nunca te van a fallar. Uno de estos personajes en particular, en esta hoja, se llama Sigmund Frencia y le viene a la mente mientras lento reflexiona tirado en la hamaca paraguaya colgando hacia el jardín de noviembre. El clima es especial. Cantan, alternados desde el dial de la radio tanguera el Polaco Goyeneche, Julio Sosa, Francisco Fiorentino y le responden una orquesta de zorzales entre las plantas. Arriba en el cielo cruzan grandes pajarracos zancudos blancos nómades desde África del Sur hasta las puertas del delta bonaerense. Las moras revientan oscuras desde los árboles. Los nísperos relucen por sobre la altura de los ligustros. Florecen enredaderas, rosales, geranios de colores furiosos y glicinas. Agarra el libro de vuelta y buscando el filo por donde entrarle accede al recuerdo del día que este amigo le convidó algunas lecturas. Fue seguramente alguna tarde noche en el departamento de la calle Mansilla. El hombre agarra el pequeño libro y fichando hojas encuentra un texto en la página número ochenta y uno, un palabrerío sin título que lo sorprende. El original salió a luz en San Francisco por City Lights Books, 1982. El  maravilloso librito es Crónicas de motel, de Sam Shepard. Recuerda el comentario de Sigmund Frencia cuando se lo prestó: en esos mismos textos estaban inspirados los deseos de Wim Wenders al realizar la no menos fabulosa París Texas, de la que Wenders y Shepard son coguionistas. El hombre relaciona bolsas con celofanes y mezcla aires sensibles. Entonces cree en determinados momentos: el parentesco de la escena escrita y la hermandad de gestos que marca aquel final memorable de la película Belleza Americana de Sam Mendes. La pareja de jóvenes hablando filman el remolino junto al baile aéreo de la bolsa. Piensa en la amistad incondicional como una serie de sucesos. Y en ese andamio de anécdotas gloriosas, repetidas, siente que compartir la lectura del libro anuda aún más la relación con este amigo. Tal vez no sea cierto. Pero el hombre piensa en eso. Mejor dicho: siente eso.  Agarra el libro y ve al tío Sam Shepard escribir:

Hombres peinándose en su coche.
Hombres mirándose el pelo en el retrovisor.
Hombres con  grandes peines negros en el bolsillo de atrás.
Hombres preocupados por cómo les ven las Mujeres.
Hombres que se convierten en anuncios de Hombre.
Mujeres calzadas con botas que las obligan a cojear.
Mujeres cuidando de que sus ojos no se crucen con los ojos de los Hombres.
Mujeres que se convierten en anuncio de Mujer.
Esta niña que lleva un vestido verde claro y zapatillas negras de baloncesto.
Esta niña que persigue un pedacito de celofán que vuela por un aparcamiento vacío.
Esta niña que habla con el celofán como si fuese una criatura del viento.
Esta niña que sonríe al cálido aliento tropical que le da en la espalda. No ve ninguna diferencia entre ella y el celofán. Empujados ambos por el viento. Reunidos en un mismo momento. La niña baja la vista hacia el celofán. Le habla directamente:
-Déjame pisarte-le dice. Quédate quieto para que pueda pisarte.
13/1/80
Homestead Valley, Ca.

Negro Vachino

1 comentario:

Anónimo dijo...

Disculpen que cambie de tema, pero ¿por qué no publican un artículo sobre el racismo de la jueza de paz tiernista en Santa Rosa? Me gustaría tener mas informacion sobre quien es esta señora que dicen que llegó al cargo enrolada en las filas de Juan Carlos Tierno y que por lo visto, sigue fiel a las enseñanzas de su maestro. No entiendo nada, ¿por qué sigue en el cargo todavía? Por favor escriban algo sobre este tema. Gracias, muy buenas las publicaciones!

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