Anoche se proyectó en la sala Juan Carlos Bustriazo Ortiz del Centro Municipal de Cultura la película “Cochengo Miranda” en el marco del ciclo que homenajea al realizador Jorge Prelorán.
El trabajo, inscripto en lo que se denomina “documental etnobiográfico”, muestra la vida y las costumbres de un puestero de oeste pampeano; en este caso las vivencias de un año en la existencia de José “Cochengo” Miranda y su familia, la desigual lucha contra la hostilidad del clima, los padecimientos por la carencia del esencial elemento que genera vida –el agua–, las dificultades para trasladarse ante la falta no sólo de medios de trasporte mecánicos si no también de caminos, y las costumbres y tradiciones criollas.
El trabajo de Prelorán –un eximio y prolífico realizador que hizo escuela en el documentalismo latinoamericano– es sencillamente conmovedor. Y la factura de éste trabajo en particular, es de una calidad que emociona.
La película es del año 1975. Se desprende, de las imágenes y la trama, que Prelorán estuvo –por lo menos– un año conviviendo con los Miranda en “El Boitano”, el campo ubicado en departamento Chical Có, en el extremísimo noroeste de La Pampa.
La radio, cuenta Cochengo en la película, cumple un papel fundamental en su vida ya que es la única conexión que posee con la “urbanización”. Y por encontrarse en una zona que resulta árida hasta de antenas, puede sintonizar emisoras de todas partes del mundo. En un momento en que se encuentra la familia cenando, por la radio anuncian que “se requiere la presencia de Cochengo Miranda a la mayor brevedad posible en la Casa de Gobierno de Santa Rosa”. El sabe que –luego de tres décadas de espera– por fin le entregarán la escritura del terreno que trabaja; y que le allanará el préstamo que necesita del Banco de La Pampa para seguir subsistiendo. El viaje que aísla a El Boitano de Luro y San Martín, en la capital de la provincia, dura 400 y pico de kilómetros y el tiempo que la suerte le depare; ya que tiene que recorrer a caballo las 9 leguas que separa su casa del camino más cercano y desde ese punto esperar que algún vehículo de los casi ninguno que pasan lo lleve hasta Santa Isabel. Eso puede durar un día o más.
Entre los jarillales, montado y con la valija a cuestas, el paisano cavila: “está mal que yo tenga que ir a Santa Rosa, con la complicación que eso es para mí y desatender el campo. El Gobierno tendría que venir con los papeles hasta acá”.
Una vez en la oficina de Catastro de la Casa de Gobierno, Miranda aprovecha para solicitar que se construya un camino que les facilite las cosas a los habitantes de la zona, firma los papeles de la escrituración y anuncia que emprende la vuelta, ya que no puede ausentarse de sus tareas más tiempo, puesto que en la nueva propiedad sólo quedaron su mujer y un hijo de 14 años para encargarse de los abultados quehaceres diarios.
Lo único que recibe el hombre es un apretón de manos y tres pinitos que el Gobierno de La Pampa le regala para que implante en la arena del oeste provincial.
L.G.
(La foto es de Susana Mulé)
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