Ilosirom

Por la amistad que lo une a mi padre, desde la época que vivían en Colonia 25 de Mayo en los años sesenta, conozco a Ilosirom desde el día que nací. Siempre lo vi, a veces más y otras menos, a lo largo de mi vida. Si mal no recuerdo con ambos fui por primera vez a Casa de Piedra cuando Casa de Piedra era nada más que Maximiliano Rolan, baquiano y puestero, tal vez el chofer Cuevitas y las bardas del río Colorado, la vista magra de una casilla con siete perros flacos y el cuero de un chivo colgado de un árbol. Muchas veces fui a su casa santarroseña del Pasaje Pringles, casi todas con Quique, para escucharlo hablar de la vida, de literatura, de trabajo con un poema de Neruda en la pared y con el mate dando vueltas como perinola. A Ilosirom antes que a nadie le mostré los primeros garabatos de letras y él, leyenda amable, pispeó mudo mis porquerías. Luego fue guía en ciertas lecturas y grabó en mi memoria un nombre formidable sobre el resto: Juan Filloy (el mítico Evaristo Pincén es otro que tiene que ver con el descubrimiento, también Sigmund Frencia y Eloy Traba). Podría decir trescientas cosas sobre Ilosirom, todos halagos. Quizás mejor nombrar su mayor conquista, su flor exquisita única, su burbuja en este mundo de agua turbia, pesada y escasa: Margarita (no puedo pensarlos por separado). Pero que hable Ilosirom, que de esto sabe:
El amor se construye a cuatro manos. El amor nos construye. A cuatro manos, adobe sobre adobe va creciendo la casa de la luz, esta morada vernal de la ternura -firme torre o modesto mangrullo desde el cual se ve lejos, se ve claro, se ve hasta la esperanza y la alegría- esta tierra mazorca brotada de los besos, este sol familiar de la cocina. El amor se construye a cuatro manos y un par de corazones. Nada más hace falta.

Negro Vachino