Que en paz descanse

“La democracia, de duelo”, dice algún título y democracia no tiene las comillas que le corresponden cuando nos referimos a esto que acá y ahora llamamos “democracia”.
“Murió un hombre de las libertades”, dice algún otro.
Los panegíricos de Raúl Alfonsín, después de su muerte, los tienen a mano: en los medios hegemónicos, en los medios “alternativos”, en los medios “democráticos” que han decidido contar la historia del buen hombre de Chascomús y todos sus aportes a nuestra “democrática” vida, que seguramente han sido abundantes y vitales.
Alfonsín hizo cosas por eso que llaman “patria”, no quedan dudas. Mandó al banquillo a los peores milicos cuando pocos se animaban y las mayorías metían la basura bajo la alfombra. Fue por momentos un maestro de la oratoria y le tocó afrontar una época que –como casi todas, en realidad– fue compleja y peligrosa. No es, claramente, el peor de todos de esta “democracia”.
Fue, por momentos, hasta simpático. Le tocó bailar con la más fea: un peronismo agazapado en la oposición, con milicos todavía poderosos y sindicatos poniendo palos en algunas ruedas. Adoptó medidas que podrían haber sido peores.
Pero todo lo bueno de Alfonsín ustedes ya lo sabrán, porque leerán los diarios, mirarán TN, escucharán las voces compungidas de los movileros y se emocionarán con las imágenes que dicen más que mil palabras apropiadamente musicalizadas.
Todo eso ya está, lo tienen ahí, al alcance de la mano.
Pero suele ocurrir que cuando alguien muere –y sobre todo si ese alguien es un “estadista”– repentinamente se vuelve mejor de lo que era, se transforma en inmaculado bronce y como por arte de magia se decide de modo unánime olvidar las grandes cagadas que se mandó, las cabronadas, las traiciones.
No se escucha demasiado, por estas horas, hablar del “Felices Pascuas” que alguna vez fue emblemático. No se dice tanto sobre las leyes de la impunidad que el mismo Alfonsín pactó con los que parecían enemigos y traicionando a los que habían confiado en él. No se menciona en grandes caracteres su enorme y oportunista intervención para facilitar la reelección de Menem y garantizar con aquel Pacto de Olivos la buena salud del bipartidismo corrupto y clientelar que garantiza pobreza, exclusión y pensamiento casi único.
En comparación con los hechos de represión que ordenó, hay detalles que son anécdota: el a vos no te va tan mal gordito, la capital en Viedma, el Plan Austral, la visita a La Pampa para la piedra fundamental en Vialidad.
Todo eso mejor se deja para otra ocasión. Ahora hay que hablar del Alfonsín bueno, casi un padre de la patria “democrática”.
Si uno escucha sus obituarios –por aquí y por allá– cree, por momentos, que están hablando de un súper héroe.
Paremos un poco la mano. Que los que creen en todas esas cosas –incluyendo el Estado– hagan su formal duelo. Que los que quieran llorar lloren. Es cierto: si escupir el asado es feo, eso de escupir el velorio queda peor. Pero no exageremos.
Hubo una vez en que el diario Página/12, cuando era mucho mejor que ahora, tituló en su tapa una verdad sobre un muerto reciente: “Murió el asesino Ramón Camps”. Excelente. Se cayó aquel mito de que no podían decirse las peores verdades sobre los cadáveres calientes.
Alfonsín hizo sus aportes a esta “democracia” bastante deplorable que tenemos. Pero también fue un diligente y tenaz promotor de numerosas y contundentes zancadillas a las esperanzas ciudadanas. Engañó en proporciones suficientes para llegar adonde llegó y fue un maestro en el arte de la transa política.
Escuchemos, si queremos, las fábulas alfonsinescas. Pero no nos creamos ahora el cuento de Raúl el angelito. Decirle a Alfonsín que era “un hombre de la libertad” es un poco mucho.
¿Qué queda entonces para Bakunin, para Proudhon, Kropotkin? ¡Un hombre de la libertad, en todo caso, era Luca Prodan, y sin embargo cuando murió era “nada más” que un drogón!
Alfonsín murió y no es para que nadie ande por las calles festejando. Pero no nos vamos a creer, viendo TN, leyendo Clarín o los diarios de por acá, que vale la pena llorar tanto como si se hubieran muerto Osvaldo Soriano o Fontanarrosa.

J.P.G.