sábado, 13 de agosto de 2011

Breves datos sobre el Ferretero

(foto: Solana Lanchares Vidart)
Hablemos un poco del Ferretero. Aníbal Pascal Garcila. Astuto y correcto. Charlatán. Amigo de policías, putas y diputados. Generoso. Desmedido. Tenía tres hijos conocidos como los chicos malos. Los malos del barrio. Ágiles, bestiales, impunes, molestos. Una pandilla de peligrosos pendejos hinchapelotas. Irrespetuosos al filo de la ley. Más tras las rejas que puluando afuera en la vida silvestre de Atnasasor. Algunas malas lenguas bífidas dicen que el Ferretero, poronga famosa por ser llave certera de clítoris florecidos y cerraduras vaginales, se encamaba con Olga de vez en cuando y por esos servicios traficaba varios muchos gramos de morfina made in la farmacia. Eso piensa mucha gente. Pero el Ferretero nunca estuvo en cana. Es inocente. O muy vivaracho y nadie lo agarra. Había algo que sabían todos: su faceta de traficante de herramientas de mano. Un extraño comercio negro creado a partir de la ruin caída de las industrias pesadas. Huidizo, amante de la familia. Pesado. Más cargoso que los hijos y las herramientas  traficadas. No era ningún nene fácil de intimidar. Desde la muerte de Olga, el Ferretero fue escurridizo. Nadie ni nada, ni perro, ni helicóptero, ni el rastrillaje lo encontró. Siempre suelto, rapiñando bolsas de basura y clavando en zaguanes y calles sin retorno a jóvenes morenitas deseosas de la leyenda del garrote, sacudiendo y meando cada rincón: un espíritu gatuno en los arrabales del barrio. El inspector Sergio Evaristo estuvo tibio-tibio de agarrarlo y terminó con los perdigones, por los juguetes de los nenes, en el hospital. ¿Dónde carajo está el Ferretero? Atnasasor no es tan grande. No es enroscada, no es laberíntica. No tiene tanto ni es tan oscura. La vieja avenida Rulo marca, no tan clara, más bien difusa como agua parda de la laguna, el límite de la indiada de los suburbios versus los drogadictos del centro. En las afueras, la muchachada sin mucha mosca regentea y se apropia de la producción basada en hierbas aromáticas y hongos silvestres. En la cosecha van recolectando las plantas de maconia. Su vida silvestre se autogestiona. Casi nadie los molesta y en general no joden a nadie. Bucólicos por el abuso indiscriminado de uvas ácidas y tortas de mariguana, la hippeada puebla el suburbio. Refulgente, la zona suburbana danza con sus fogatas prendidas cuál fósforos y asteriscos de luz relampagueantes, enigmáticos en la noche sin luna. La tribu de los drogadictos del centro es otra historia. Después la voy a contar. ¿Y el Ferretero?
Al Diputado Olleos le suena el celular. Atiende y cruza unas palabras con el interlocutor.  Quéeeeeee????? Cuándo?? Dónde está?? Voy para allá. Urgente Claudio busca sus cosas y sale corriendo del Bar Sumatra. Desde la puerta se deja oler denso humo a tabaco y agrios olores a gin, wisky y tequilas además de escuchar la mágica e inconfundible melodía de The Clash sonando dulcemente en Lost in the Supermarket, flotando la música… the kids in the halls and the pipes in the walls, make me noises for company, long distance callers make long distance calls, and the silence make me lonely, mientras el hombre se aleja de la puerta apurado, buscando abrir el auto, entrar al mismo, bajar la palanca del freno de mano, prender la radio FM, una FM exclusiva de música ochentosa y apagarla en el acto, sacar el cambio, bajar la ventanilla y la música sonando tenue, allá lejos, mientras se cierra del todo la puerta y arranca el auto y no se oye, desaparece la melodía entre la regordeta humedad y las luces frenéticas del bar Sumatra.

Negro Vachino

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