(Foto: Emilia Gaich) |
El Diputado levanta la vista, rasca la garganta con dos fuertes carraspeos, sorbe los mocos para sentir la plasticidad de los químicos morder la psique y bebe un poco más del vaso. En Sumatra suena Lou Reed (algún tema de su perfecto y exquisito New York) y Claudio prende la pipa. El enorme cuenco rojizo comienza a dar humo. Entre la niebla del tabaco quemándose trata de recordar la última vez que tuvo miedo real, palpable, el corazón latiendo de angustia, cuando un mal presagio continuo taladrante se convierte en la mosca que toca finas telas y la dulce vibración del roce-cuerda siente el violín de la araña anunciando la cena. Aquella vez fueron diecisiete meses prisionero de instituciones. Olleos tenía once años cuando entró al pútrido reformatorio. En aquel episodio no supo frenar su intuición. Y falló. Tiempo presente recién pasado, en Sumatra tomando falopa a rabiar, bebiendo y jugando un pleno vital para el futuro escabroso por la muerte de Olga Smith mientras suenan a fondo los parlantes del bar boliche, con la banda jugando en guitarras espléndidas: Good Evening Mr.Waldheim, con el escalofrío de sentir la muerte cerca, picando y escondiendo las uñas de bruja llena. Claudio piensa en las malas vibras y en las víboras que conoce y lo odian para aniquilarlo y descartarlo cual felpudo viejo. ¿Cómo ganar a las brujas del barrio, a las mujeres que lo aman y lo desprecian? Todas con hijos, algunos de Brillantina, varios de otros, áspides deseantes de manutención excesiva y poderosa. Él las mantenía a todas, inclusive a la multitud de gurises, pero a veces trabajaba, viajaba o se drogaba mucho más de la cuenta y las mujeres comenzaban a enroscarse en pensamientos y dificultades que generalmente no tienen explicación ni respuesta. La vida sigue. Siempre sigue con la parca sentada fumando un cigarro en el cordón de la esquina. A diario mueren demasiados hombres piensa Claudio. Buenos, roñosos, exuberantes, gordos, flacos y malos. No cree que sus ex mujeres babeantes, luciendo dientes y encías, masticando gualichos de sapos, putas y chinches le deseen la crucifixión. Los susurros del enigma mortuorio y el escalofrío pegado a la espalda vuelan por el ángulo de las faldas tiesas y mortales de Smith. Imaginaba a Olga Smith reluciente, barnizada como Evita por un montón de fanáticos desteñidos, pero esta vez no son descamisados ni cabecitas negras ni trabajadores que anhelan sus derechos. Ahora son drogadictos pispeando con desesperación la luminosidad de una nueva santa patrona que les provea cualquier tipo de elixir por fuera de las normas. Brillantina flashea con que se avecina su propia muerte y el submundo próximo. A veces de tan cercano parece oler el futuro del averno. Casi siempre lejos y cerca. Más cerca, un péndulo de sensaciones con la frase siempre repiqueteante en su cabeza, esas palabras que leyó dichas por un artista sobre una máxima de Mark Twain “prefiero el paraíso por el clima, y el infierno por los amigos”. ¿Cómo reprimir lo que uno siente? se pregunta Claudio y mete a fondo la mano en el bolsillo del saco.
Negro Vachino
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