domingo, 17 de julio de 2011

El Inspector y Willy

Tantas charlas y anécdotas con el resto del grupo de amistades que para el Inspector pensar en el enano Willy es intentar acordarse cuando se conocieron en el estadio municipal, en un entrenamiento de rugby de los Pampeiros, con once o doce años cada uno. El Inspector aún no soñaba con ser inspector y llegó invitado por los mellizos Aladox que vivían en el barrio por la calle Autonomista. Willy vivía por la zona y jugaba al rugby desde que nació. Vivía en ese momento cerca de la quinta Biosco en el barrio el Churrasco de Villa Luro. En el estadio, y en un entrenamiento de rugby de aquel club ya desaparecido, se encontraron Sergio Evaristo y Willy. El enano siempre fue  proyecto y realidad de canijo gracioso, buena persona salvaje y excelente compinche. Gutierrez piensa en el amigo y en la vida de años que tienen juntos. Así, rapidito, recuerda las últimas palabras por teléfono, hace tiempo, cuando repite dos anécdotas del episodio en la final aquella que juegan Pampeiros contra Ocipo, en el predio municipal. Escucha la voz. Aquella tarde a los cinco minutos le toca patear un penal a las haches con las medias bajas, pegadito a la hinchada visitante. A tres metros de la línea lo putea toda la monada de Ocipo con sus colores verdes y negros. El Enano calcula como clavarla allá arriba, a lo lejos. Concentrado, bien de costado, mete un glorioso derechazo que la pone en el medio y pasa los árboles del fondo. Al instante que la ovalada entra da media vuelta agarrándose bien el paquete y le grita a la hinchada visitante con ese vozarrón característico que tiene: putos, chúpenme la verga. Después trota hacia el medio la cancha y la hecatombe. La banda de Ocipo se lo quiere comer crudo adentro y afuera de la cancha. El árbitro del encuentro, en un acto sublime, amaga con echarlo y le perdona la vida. Lo conoce y sabe que como jugador el enano Willy es hacedor de espectáculo. En esa final contra Opico que ganó Pampeiros 27 a 15, en algún momento del partido el enano Willy ataca y toma la marca (acá viene la segunda anécdota), la pasa y se come un tackle furibundo. Intenta levantarse rápido, pero el tipo que lo sacudió al piso lo agarra para que no se levante. Sin pensar, un codazo rabioso y vehemente se le escapa de adentro, cancerbero, buscando la presa regalada por el juego. El flaco de Ocipo se come un virulazo en el ojo que lo revienta. Lo cambian enseguida. Al tiempo se entera que el joven rival estuvo a punto de tener desplazamiento de retina. Se ríe y dice: me va a soltar o no me va a soltar. El Inspector recuerda la anécdota y recuerda que Willy esta pasando un mal momento. Tiene que devolverle el llamado. En que andará ese petiso sátrapa hijoputa.

Negro Vachino

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