domingo, 8 de mayo de 2011

La persona que la mató

Sergio Evaristo carpetea datos de la mujer fallecida y planea en pensamientos cuando suena el teléfono. ¿El informe? Traelo ya. Dale, gracias. Los pelos de la nuca se le pararon de emoción angustia con el informe en tiempo y forma. La policía, los juzgados y los políticos de Atnasasor estaban histéricos. La muerte de Smith iba por las sesenta y nueve horas de preguntas imberbes, bien al pedo, preguntas a perejiles con respuestas de miedos y asombros idiotas. Además a varios, una vez  garrapateadas y consumidas las cajas de morfina de reserva en la farmacia, se les acababa la papota. La desesperación por colocarse tamaño elixir iba a ser un lindo anzuelo para enganchar a carroñeros platudos buscando el nocaut de lo máximo: un cuelgue atroz sin tiempo por sobre la flotación de cuatro mil soles y lunas. Aparecen vibraciones auditivas desde el teléfono y tras levantar el tubo la voz de alguien conocido. Sergio contestó. ¿Sí? Hola enana ¿Ahora? No puedo. Me voy a reunir por laburo. Después te llamo o paso por donde estés. Desde la suntuosa ventana inexistente de la incómoda oficina entró un haz de luz. En realidad se abrió la puerta y entró ella con la carpetita prolijamente presentada. La extendió a sus manos sin hablar. Sonrió. Le guiño un ojo y le tiró un beso imaginario. El inspector no la vio. Miraba con la vista fija, como una vizcacha sufriente por la veintidós y la potencia del reflector que encandila, miraba sólo la textura de la carpeta gris clarito con el puto informe detallado de la muerte, hundida y fatal, de Olga Smith. Y escuchó el ruido de los labios de Gladys repartiendo el beso en el aire, cómplice al oído. Levantó la vista para ver esos kilómetros de piernas negras despidiéndose de sus ojos abúlicos de burgués con placa. Bichando ese ojete de mulata argentina bien carnosa un rictus floreció en los labios propios y dijo: Chau Rivadineira. Provocador, observando la espalda, piropea con sorna: Qué hermosos ojos. Gladys se va en sonrisas de mujer aceptada. Sergio Evaristo saluda sentado mientras ella cierra la puerta. Piensa sin decir palabra. Ahora me llama el petiso. Justo ahora. ¿En qué quilombo andará este hijoputa?.

negro vachino
 

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