lunes, 12 de julio de 2010
La Revolución viene oliendo a jazmín
Juana Azurduy sí que era una chabona brava. Mujer levantisca, arrolladora, pero –diría el Che Guevara– de las que se endurecía sin perder la ternura jamás. La historia le guarda un lugar de privilegio: revolucionaria de la independencia americana, militante del compromiso absoluto, no negociaba días ni horas pero sacrificó su propia vida y la de sus más queridos. Luchadora empedernida, desde siempre tuvo claro lo que significan las diferencias de clase y de género.
Como Artigas en la Banda Oriental, Güemes en Salta o Manuel Rodríguez en Chile, debió armar milicias populares y practicar la guerra de guerrillas desafiando las jerarquías de la sociedad de castas, luchando por una América sin fronteras ante la desconfianza o el espanto de las oligarquías criollas.
Una biografía de Elizabeth Fernández e Irene Ocampo señala que Juana Azurduy nació en el cantón de Toroca, cerca de Chuquisaca, el 12 de julio de 1780.
Ese año la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupac Catari y Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru. Durante su infancia su familia tuvo un buen pasar y ella aprendió el quechua y el aymará. Trabajó en el campo, en las tareas de la casa y se relacionó con los campesinos e indios. A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza quedó a cargo de sus tíos, junto a su hermana Rosalía.
Chabona brava al fin, tuvo una adolescencia conflictiva: chocó contra las conservadoras costumbres de su tía y la enclaustraron en el Convento de Santa Teresa, donde –como correspondía– se rebeló contra la rígida disciplina. Promovió reuniones clandestinas y conoció la vida de Túpac Amaru y Micaela. Leyó la historia de Sor Juana Inés de la Cruz y la expulsaron a los 8 meses de internada.
Cuando volvió a su región natal, conoció a Manuel Padilla, con quien compartió conocimientos por la Revolución Francesa, las ideas republicanas, la lucha por la libertad, la igualdad, la fraternidad. Se casaron el 8 de marzo de 1805.
Con la caída de Fernando VII bajo la ocupación de Napoleón, el 25 de mayo de 1809 se produjo la revolución de Potosí. Padilla se sumó a la resistencia, encabezó a los indios Chayanta y triunfó. Juró servir a la causa americana y vengó a los patriotas fusilados en el levantamiento de La Paz. Un año después lo condenaron a la cárcel. Juana defendió con rebenque en mano su propiedad ante los realistas. Al año siguiente de la Revolución de Mayo, Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de Güemes. Juana no fue porque estaba prohibida la presencia de mujeres en el ejército. ¡Pero qué ganas tenía!
Hacia 1813 los revolucionarios ocuparon Potosí y Padilla fue el encargado de organizar el ejército, tarea a la que esa vez sí se sumó Juana. Su ejemplo hizo que muchas mujeres adhirieran a la gesta. Dicen algunas crónicas que su prestigio subió de modo descomunal, y que los soldados veían en ella una mezcla de madre ejemplar, esposa fiel y luchadora valerosa.
Hacia marzo de 1814, las tropas revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La Laguna y Juana Azurduy se internó en una zona de pantanos con sus hijos pequeños. Se enfermaron cada uno de ellos y murieron Manuel y Mariano, antes de que Padilla y Juan Huallparrimachi llegaran en auxilio. De vuelta en el refugio del valle de Segura murieron las dos hijas, Juliana y Mercedes, de fiebre palúdica y disentería.
Azurduy combatió embarazada el 2 de agosto de 1814. La leyenda cuenta que sufría ya los dolores de parto cuando escuchó las pisadas de la caballería realista entrando en Pitantora: Luisa Padilla, la última hija de los amantes guerreros, nació junto al Río Grande y experimentó en brazos de su madre los ardores de la vida revolucionaria. Esa hija pronto quedó a cargo de Anastasia Mamani, una india que la cuidó durante el resto de los años en que su madre continuó luchando por la independencia americana.
Doña Juana terminó sus días olvidada y en la pobreza, el 25 de mayo de 1862, cuando estaba por cumplir 82 años. Su restos fueron exhumados 100 años después para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje.
(Este Perfil de la Flor del Alto Perú fue publicado en el número 102 de la revista El Fisgón)
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4 comentarios:
Lástima que no se abra la foto. ¿El litografía o pintura?
La nota está ilustrada con dos videos. Para verlos abrí la nota pinchando en el título o en la leyenda de abajo que dice "leer más".
¡Gracias...!Excelente ambos!
Si, muy bueno. Gracias.
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