-En este nuevo trabajo estoy tan sólo y tan al pedo que un ratito duermo sentado en una silla con la cabeza apoyada en la pared y todas las mañanas siempre sueño lo mismo, me lo acuerdo de memoria: el viaje me lleva por un desfile de imágenes rarísimas, practico el nado manoteando el agua, largo baba como un sapo y unos brazos crepusculares provocan un fuerte agite y todo se convierte en aire y vuelo y braceo con estilo pecho y me desfiguro, los gorriones se asustan pero sigo desquiciado y remonto esa pared que voy a chocar y una mueca de felicidad me escupe la cara y siento que el viento me acomoda el cuerpo entre las nubes, soy libre, es cómo nunca pensé, dejen que no caiga en el abismo de la realidad, después vuelvo al agua y en un planeo rasante las plumas de pelícano invaden mi cuerpo, me sumerjo en las profundidades del mar, soy libre y eterno con el buche lleno y salgo y empiezo a desaparecer rumbo al sol, no son alas ni plumas ni verrugas ni escamas, escucho un silbido y otro y otro, ¡pendejo! el hondazo tritura la caída libre y eterna y aparezco en calles irreconocibles, un sueño dentro de otro sueño, soy un pobre tipo desesperado y frígido en la esquina, la costra que forman mis huesos podridos no la salva ni un pirómano, ni el concejal, ni el empresario, ni la vieja que tira la moneda de cincuenta, ni en el nene que huye frenético de terror por la mugre que contagia, las cuadras se borran en un recuerdo que nunca volverá, me encojo entre pensamientos, me siento vacío, vacío por dentro como una jarra de clericó abandonada por los líquidos del alba, soy una espina minusválida oculta en la quemazón de los cardos del verano, un chicle pegado a la suela de un zapato en este mundo veloz, soy péndulos, candiles, quimeras, el sueño muta en sueño: el trayecto de mis pasos, por lo retorcido, parece una obra de Kandinsky, las picaduras de los balcones herrumbrosos me acechan, los recuerdos caen desde alguna ventana, camino sin control y el sueño arranca para el lado del cajero automático, cuando ingreso el código personal la pequeña ranurita mastica mis dedos, después muerde mis huesos, cuando me da los billetes y el papel certificado me come el brazo, enloquecido pido ayuda a los gritos, la debacle y la angustia por no sentir ayuda, la trituradora experiencia de que los números degluten, y me está comiendo la pierna, un tipo mira y se ríe, iba a entrar antes que yo al cajero, de la alegría que le causa mi situación pierde el control y va hasta la calle, se ríe pero no ve que aparece un colectivo, el bondi lo revienta con la parrilla, del cimbronazo hace explotar el cuerpo, lo parte el colectivo y la risa, el signo alemán marca otra cifra mundial para el matadero y la tecnología ya me está comiendo la cara, veo las tripas que manchan con un escupitajo rojo el exterior del vidrio de la ventana: mi sangre y la suya se mezclan, imaginarias, en la trasparencia vítrea que fortifica el cajero…me despierto aturdido y voy a lavarme la cara, sigue sin haber nadie en la oficina, veo el reloj, dormí media hora, las incoherencias del sueño me causan gracia y pienso que si te lo cuento a vos, Sigmund, te haces un festín. Qué te parece?
Negro Vachino
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