domingo, 31 de enero de 2010

Divagaciones

El calor es inhumano, fatal, grotesco. A las ocho de la mañana supera los treinta grados centígrados. El viento no sopla: es el aliento menguante de un viejo canceroso, una débil brisa fueguina inválida y rancia. El calentamiento global que producen los gases tóxicos -como dióxido de carbono, metano, óxido nitroso- y su efecto devastador de invernadero va surgiendo efecto. Alguna vez leí en los libros catastróficos del viejo J.G.Ballard, pura matriz de psique y ficción, todo lo que estamos viviendo como ciudadanos inconscientes del siglo XXI: temperaturas máximas inimaginables, el mapamundi como un desierto sin caravanas, ciudades de antenas y rascacielos embutidas en inundaciones de agua barrosa, todo el juego de metáforas que imaginó Ballard, que escribe como pocos pueden hacerlo, se va cumpliendo a rajatabla deglutiendo el tiempo rumbo al ocaso final del planeta. El quid céntrico de la debacle es la indiferencia de la humanidad ante problemas visibles. Somos una masa de figuras abstractas, un manojo de flores podridas, un conjunto retrogrado de hipócritas imberbes. Pero quiero pensar en otras cosas y no ser tan pesimista. El sol artero visita esta mañana y las sombras huyen. A cuarenta y dos grados sube la temperatura en el cenit del día. Ramalazos de calor trepan las paredes, los techos de los autos, el escote flojo de las señoronas, la mugre cárdena del río. El grito de las chicharras es ensordecedor. Reviso en el archivo fotos antiguas del pueblo y delta de Tigre: viejas inundaciones agobiantes, jóvenes isleñas decentes, gavilanes de época, inmigrantes del progreso, cazadores de carpinchos y yaguaretés, bigotudos ilustres, niños flotando en la mansedumbre del agua, imágenes en blanco y negro que visionan historias que ya no son ni serán. No hay vuelta atrás en las instantáneas: son recuerdos destinados a morir en esos rectángulos de papel. La memoria retráctil funciona sobre las milésimas que duró el clic de la máquina. ¿Qué hizo el niño que se bañaba a orillas del Gambado? ¿Volvió a casa con su familia? ¿Fue a pescar bagres, ranas y dientudos? ¿Se ahogó? La toma revela el momento y miente sobre el resto. El final abierto es la base mágica de la fotografía.
Negro Vachino
(Para Milton Fernández y Evaristo Pincén)
La foto es de acá

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