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(foto: Mika Dep) |
Dolido en la camilla, sesenta perdigones le sacaron entre brazo, torso y hombro. El Inspector, semidormido por los analgésicos, pide a la enfermera un cigarrillo. Balbucea subido al mambo y a la resaca de la anestesia: flaca, flaca. La voz apenas se oye. Es un lamento de enfermo recién operado. Flaca. Flaca, buscá en el saco y traeme un cigarro. Un cigarrito, flaca. En el pedido, ridículo por la situación, desleal, imberbe, la enfermera no entiende la solicitud de Gutierrez. Escucha que le pide un cigarrillo. No puede creer que le pida un cigarro. En Atnasasor todos fuman en todos lados. Menos en hospitales, salitas de barrio y sanatorios. La salud es sagrada. Hipocresía eterna. La vida vende mil venenos, cien mil frascos, todos antiguos y modernos, duales, trópicos. La enfermera no es flaca. Más bien tira a carnosa. Siente el llamado de flaca flaca y piensa: este idiota me está cargando. Con este ojete y me dice flaca!! De la operación quedó ciego o pelotudo.Cecilia baja la vista y sigue con sus quehaceres diarios en ese sector de la clínica. No le hace caso a los susurros del enfermo. Suplicante, la mano extendida con dos dedos en “V” aguarda llenar el espacio de esa pinza como un cangrejo: dos dedos, índice y medio, deseantes del humo verde inigualable. A Cecilia el morbo le estorba en la conciencia y busca una maldad encubierta para hacerle. Se ríe al pensar en inventarle un enema. Una cogida sin lubricantes de tubos y plásticos. La enfermera esboza una sonrisa pícara. El inspector parece dormido. En el celular de la enfermera entra un mensaje. Cecilia lo lee. Es su pareja. Mario y una pregunta de rutina. Contesta veloz con dígitos y vocabulario de teclas rápidas. Sonríe de nuevo. Esta vez por el mensajito de su novio. El inspector está dormido.
Negro Vachino
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