Olga Smith era una mujer envalentonada y frágil. El que todo lo puede todo no puede. Es falaz el sabelotodo. Sentir y demostrar que uno es infalible, inclusive en la vida magnífica de Smith, es un error fatal. La confianza buena trastabilla, un salto mortal. El pasito al costado de Olga Smith nunca llegó. O más bien llegó con su trágica muerte: la adicción perezosa fue un engaño al dejarse llevar por el reflejo en sus ojeras y sus largas noches perdidas de sueños. El ambiente social ávido de sustancias prohibidas y juegos de placer la obnubiló. Ella era la llave especial a un mundo perdido por veinte o treinta años en Atnasasor. La morfina formidable de su farmacia, producto finamente elaborado, una delicatessen de los drogadictos con dinero, fue ganzúa, palanca y llave maestra de muchos artistas, políticos y jóvenes empresarios forrados de billetes: un circo digno de frecuentar, la fuckin elite del jolgorio. El resto poblacional de la región de Atnasasor es todo tipo de drogas baratas y comestibles: chicles de ácidos con viajes de cien mil colores, vides callejeras al costado del ferrocarril con uvas alucinógenas, pastos de jardines con hongos risueños y más, muchas frutas y golosinas y cosas sabrosas para la psique de este pueblo que continúa, inalterable, observando el accionar del vecino mirando el ombligo ajeno, eterno instante, antes que el propio. Olga Smith era escapista y se fugó de la realidad con su manojo de recetas exóticas. Nadie le siguió el ritmo. Pero alguien escondido compartió eso y mucho más. La persona que la mató.
Negro Vachino
2 comentarios:
Muy bueno! Saludos Vachino!
Que siga Vachino! muy bueno, queremos más!!
lo leemos desde lejos, saludos
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