sábado, 21 de mayo de 2011

Las bestias de Atnasasor

(Foto: Solana Lanchares Vidart)
Los perros muertos junto al cadáver de Smith parecen un adorno trágico, imposible de explicar. Era lógico matar esas bestias para llegar a Olga. Pero después ponerlos casi copulando con la muerta semidesnuda significa un mensaje siniestro, mierda pura envenenada. Los tres se miraron como bichos raros: Taborda casi gacela; Olleos mezcla rara de hormiga y mono tití; Gutierrez un gato montés. No había pruebas. Alguien disparó, no robó nada, acomodó el cuerpo y los perros, no dejó huellas y disparó sin sembrar ocasionales pistas, menos que menos fehacientes hechos donde encontrar la punta del hilo en el carretel del crimen. Nada más que los perros y Olga. Todas las coartadas calzaban justas en las declaraciones. A veces parecía como si, hasta el momento, los declarantes foráneos y atnasasoreños estuviesen de acuerdo en pronunciarse concientes de sí y de la situación. Para muchos vecinos todos eran culpables. La adicción general de la clase alta mutó en mecanismos perversos. Con el aburrimiento de la satisfacción en hombres y mujeres sobrevinieron hechos violentos sexuales incómodos para una ciudad como Atnasasor, franca y potable, abierta a discursos y barbaridades, a buenas propuestas y rutas confortables, a falopa libre, eterna, barata. El mundo es divertido hasta convertirse en un formidable pedazo de plomo: tres mil kilos de embole, un gancho al hígado mientras la comunidad mastica billones de papa fritas haciendo mucho, muchísimo ruido. El ruido tapa todo, absolutamente todo. Para tipos con guita la tarasca es serpiente esmeralda que trepa entre los corazones del bienestar y constrictora, sigilosa, va marchitando conversaciones ineptas, abichadas, derruidas. Los selectos adinerados de Atnasasor son hipócritas. Declarados ellos mismos como oportunistas nefandos: un círculo vicioso de chusmas y busca trueques obsecuentes. Todo en esta puta ciudad funciona así. Un mercado de charlatanes, bufones del comercio repitiendo números con calculadoras japonesas, chinas, coreanas, veloces dáctilos junta billetes y pasa precios depilando centavos. Los tres se miraron como bichos raros en diferentes grados porque detestaban el dinero. Olleos pensando siempre en la papita para el loro y cuantas pastillas tomar para que reaccione la pija boba herida de merca. La Doctora en la fascinación por su marido, ese espejo de amor, de compañero, de vida, padre de sus hijos. Sergio Evaristo en las mujeres del maldito pueblo que le faltaba cogerse. Y pensó en la Doctora como posibilidad sabiendo que perdía una amiga. ¿En que pensás, Gutierrez? La Doctora hija de puta le estaba leyendo la cara de pelotudo, el libido en la mente. Y salió del apuro. Pensaba en que no tenemos ni idea quien mató a Olga Smith. La Doctora no creyó nada, ni una mísera palabra. Sintieron a Brillantina sorber de manera extraordinaria los mocos. El eco cavernoso de mucosidades sonorizó el ambiente. Fue el ronquido de un oso. Se rieron del estruendo. Olleos soltó la carcajada. Qué ricura esta papota. No puedo parar. Tomame las pulsaciones. La Doctora y Sergio Evaristo rieron menos, mucho menos. Las muecas colgaron de sus caras. No seas pelotudo, Claudio. Esa mierda te está matando. Es patético, Claudio. La confianza entre los tres no se rompe. A veces se odiaban con mil puteadas. Más de una vez volaron cachetadas y nunca pasó de eso. Formaban parte de un equipo exitoso en los Tribunales. La parte corrupto política de titiritero la jugaba Claudio con sus hilos conectivos y sus tizas que marcaban un camino con rayitas que desaparecían y volvían y se iban y volvían y nunca jamás se sabía cómo pero algo fructuoso siempre quedaba de esas zarandas agitadas por el Diputado. Los factores psicofísicos y toques sociales bajo la tutela de Taborda. La secuencia investigadora policial con los tiros de la matraca y el olfato de zorro del Inspector nacido, criado y ensamblado en la República de Villa Luro, barrio El Churrasco, una de las barriadas peligrosas de Atnasasor conocida por vivos y muertos. En la pared del cementerio del barrio se lee todavía la pintada callejera anunciante, realista, eterna en letra aerosol spray azul marino, ricotera: Ya no hay tiempo de lamentos, ya no hay más. Y habló Claudio: Ya sé, doctora. No me rompas las pelotas. Era un chascarrillo. Para cortar la incertidumbre deesto que se nos viene. Huelo algo molesto en el aire. ¿Ni una puta pista? ¿Ni siquiera una pedorra? Me parece que nos tiraron un fiambre. Leí las declaraciones de los testigos y varios muchos son de madera macaneando. ¿Vos qué pensás, Sergio?

Negro Vachino

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué redacción!!! negro, esto es verídico?

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