Pastillero

Ricardo leyó el otro día en algún diario sobre el alto índice adictivo de la gente con los psicofármacos, la automedicación y el negocio de algunos psiquiatras en Argentina, por lo menos de nuestro país trataba el artículo. Siempre pensó que el efecto plúmbeo de estas drogas legales, se consiguen con o sin receta en muchas farmacias, anula cualquier comentario. El artículo también hace referencia al uso del éxtasis en el contexto de las nuevas generaciones consumistas. Ricardo afirma que es tétrico el panorama moderno: las pastas químicas sulfuran la psique, rescinden el aura neuronal, hierven el afecto. En la cultura hippie la unción fue, más o menos, base de marihuana, ácido lisérgico, plantas mágicas y ritos psicodélicos: el poder del folclore era alucinógeno. La actualidad nos presenta el proceso religioso de tomar pastillas para la cura, para bailar, dormir, coger, relajarse, evitar el pánico y las fobias. Ricardo se rasca parte de la cabeza, el parietal derecho, y se convence de que el cerebro del hombre del siglo XXI, alejándose de la naturaleza con cócteles nefastos de pastillas como puro alimento, estalla más que nunca en enfermedades neurológicas. Los incansables traqueteos de angustias perennes y marchas electrónicas son la música de fondo con doña Coca y su hijo Paco perdidos por la ciudad. A Ricardo le aparece el futuro como una oscuridad impenetrable. Marcas negras de noches voraces. Espejismos de personas muertas en vida. Todos a punto de perder todo. Ricardo piensa y hojea las fotos. Las fotos toman el relieve de varios tipos de grises. CERRÁ ESA REVISTA dice Astrid para envolverse nuevamente en su silencio de estatua. A MÍ TAMBIÉN ME HACE MAL ESCUCHAR ESAS FOTOS dice Ricardo y tira la revista al fuego de la chimenea.-

Negro Vachino