domingo, 17 de octubre de 2010

Trabajo sucio

Las estaciones pasan y Lucas está llegando a Retiro. Es policía de civil y a nadie le importa. En el recorrido final se ven las postales del fondo: tres niños caminan paralelos a las vías, la fila de containers apilados como adobones de chapas y fierros, la música aromática de los camiones en el edificio central de Cliba, el velódromo con ciclistas petrificados y espectadores de yuyo olvido, el circo de los bosques con sus deportistas y paseadores de perros, el hipódromo olimpo de jugadores, centauros y equinos, la tierra misionera ficticia de las canchas de tenis. Lucas ni bien llega a plaza San Martín se encuentra con un antiguo compañero de trabajo, ese trabajo mezcla rara de comisaría y empresa de seguros. Hablan sobre viejos tiempos. Del odio a la inspectora general que negaba aumentos, del aullido de las secretarias, de las cotorras simpáticas de contaduría, de los compañeros pesados pensando vaya a saber uno que cosa, de la rutina enferma que se evaporaba entre charlas sobre algún disco de los buenos de Jaime Ross y como le ganaban al tiempo asomados en la cornisa del edificio para volver a los escritorios y tirar pólvora al aire, sentirse inútiles, abúlicos, hartos del teatro que montan las sociedades policíacas de trabajo con sus bufos y razias con papeles. Aparece la leyenda del humilde renegado: Dalmiro Sáenz. El único autógrafo que tiene, reflexiona Lucas, proviene de ese hombre escritor. Lo consiguió el amigo Juan. Esta firmado en la solapa del libro Los bebedores de agua y es afectuosa la dedicatoria. Lucas siempre agradeció el doble gesto. No siente culpa por ser policía. Otro trabajo sucio, como cualquier otro. En la historia del libro, en alguna de las páginas dice algo por el estilo: Gritó, pero el grito no le pertenecía, corría hacia atrás, hacia el ruido de las gomas, hacia la tierra levantada. La distancia de su cara al suelo se acortaba, ahora su nariz sentía el calor y el azotar del polvo cada vez más cerca de esa lija indetenible. Un ardor de fuego nació en la punta de su nariz y una insignificancia de piel y de sangre quedó en algún lugar del camino. Después el coche disminuyó su velocidad y por fin se detuvo y el Maestro escuchó al comisario Clorindo Aroca decir: Te voy a borrar toda la cara: la piel de la frente, las cejas, los labios, no vas a tener más cara si no confesas. Te lo voy a preguntar por última vez: ¿Vos mataste de un tiro a un hombre a través de la puerta de un baño? Sí, contestó el Maestro.
Negro Vachino

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Carta a mi futura ex mujer pedazos de alcornoques

Anónimo dijo...

Uffffffff, que plomazos estos chicos, que plomos Mi Dio!!!!

Anónimo dijo...

trabajo sucio es el que sigue haciendo la abogada Ranocchia defendiendo a Peñalva y Cia. que son todos unos angelitos y ninguno tuvo nada que ver con el desfalco.Ahora Gutierrez no sabía nada de lo que hacia su mujer..vaaaaamoooooooooooossssss

Anónimo dijo...

Y estos papanatas de fisgon teniendo tantas cosas para investigar, solo se dedican a decir si fulano o mengano usa pollera o pantalon..., andaaaaaaaa

Anónimo dijo...

Dicen que el señor los cria y ellos solitos se amontonan!!! para defender a las Peñalva y a Gutierrez hay que tener la cola sucia y saber que "me cago en la justicia si consigo que los delincuentes queden libres por errores procesales" qué viveza criolla la de los hermanitos del doble apellido de calle Quintana. No se les cae la cara de verguenza.

Anónimo dijo...

igual que los del fisgon que tiene el ojete más sucio que el mismisimo tierno y Cia

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