Néstor Kirchner y nos-otros

Por Silvio Lang (*)

El tiempo se inscribe en nos-otros cuando algún acontecimiento interrumpe nuestro día a día. La muerte es uno de ellos. Hacer vivir a un muerto en nos-otros, recordarlo, hablar de él, abre un espacio corporal poroso y resonante. Una cosa nos conduce a otra.   

Desde la mañana del miércoles hasta la madrugada del jueves escabiamos con unos amigos. Actores, actrices, militantes, periodistas. Seres que producen mi cotidianeidad. Hablábamos de la precariedad de la vida del actor, de los modos de ocupación de la escena y de la muerte de una potencia. De la muerte de nuestro líder político: Néstor Kirchner.  No sé cuantos porros nos fumamos ese día. Recién lloré a la mañana del jueves cuando la ví a Cristina Fernández de Kirchner de luto con sus hijos ubicarse a la cabeza del féretro. Como una Andrómaca resistiendo la muerte de Héctor, el guerrero troyano, junto a su hijo Astianax: “¡No quiero, no quiero que el rostro amado se borre de mi memoria!”.
Cualquiera de nos-otros cuando la cosa no anda en nuestra pareja nos arrancamos los ojos, hacemos escenas, tragedias. Hacemos de la dificultad y el hastío de la relación un infierno. Ellos, Cristina y Néstor, hacían política. Que hasta hace unos pocos días nos haya gobernado una pareja, con las respectivas divisiones de tarea que cada partenaire tenía, es una identidad sintomal de la política argentina. Verifica la política como un “entre” de los cuerpos enamorados. Víctor Hugo Morales decía ayer, en la radio, que debe haber sido la pareja que más conversó en el mundo. Se daban el amor y tenían entre manos el itinerario de un país. 
 
El kirchnerismo es el nombre propio de la piedra que nos ha puesto en nuestro camino. Como dijo Sandra Russo de Néstor: “Nos señaló el camino, no para hacer inevitable algún tropiezo, sino para advertirnos que sí, que hay un camino”. La Plaza de estos días fue de nos-otros: una multitud de jóvenes-jóvenes y viejos- jóvenes. Los que deseamos ya no ser gobernados si no gobernar nuestra potencia de actuar.  La potencia de Néstor era el límite de nuestra fuerza. Un punto de partida para arreglárnoslas con las mutaciones sociales profundas, que pluralizan nuestros lazos. “Fuerza, fuerza, nos decía, siempre”, recuerda una vecina de Lupo, como le decían a Néstor, en Santa Cruz, aludiendo a una planta alta y florida, la lupina. Néstor como el ultrahombre de Nietzsche amaba el azar, la contingencia, lo propiamente indomeñable. Néstor se componía con lo que acontecía, con lo que lo excedía, es decir, con lo otro o desde el nos-otros. A partir del kirchnerismo podemos pensar y experimentar el cambio porque Néstor, como lo llamó Horacio González, fue un “líder político abismal”. En el 2001, el país estaba al borde del abismo y Néstor, y luego Cristina, circunscribieron ese real poniendo a todos los poderes e instituciones en estado asambleario: a la justicia, al senado, a los medios, a los militares, al poder económico, a la iglesia, a la familia, al amor sexuado, etcétera. 
 
Su amigo y discípulo Alberto Fernández con el que fundó el kirchnerismo –y con el que sospecho había sellado un “pacto” en el impasse de su amistad- dijo que su maestro “era un hombre que en política arriesgaba todo”. “Entregó su vida en aras del proyecto nacional”, agregó el compañero D’Elia. Se sabe, los héroes siempre terminan mal. Evita, el Che Guevara, Trotski no sólo vieron el peligro que corrían sus vidas, si no que como inventores de realidades y verdades históricas alcanzaron a ver el incontenible desarrollo de los sucesos, en el mapa político que habían desplegado. Beatriz Sarlo, la inteligencia de la derecha, que sigo leyendo, para localizar a nuestro adversario político, interpretó mejor que nadie la muerte de Néstor Kirchner. Lo que casi todos ven como un descuido o una inconsciencia de Néstor para ella fue “una decisión, que no llamaría sólo psicológica sino también un ejercicio de la libertad”. (La nota de Sarlo de ayer jueves es, a mi criterio, la mejor semblanza que se ha escrito hasta ahora y, sin embargo, se escribe desde La Nación).  ¿Qué había visto Néstor Kirchner antes de morir libre como un ultrahombre?

Ese querer decir inspirado de Néstor, en medio de su paro cardiorrespiratorio, es una frase suspendida que nos llama afónicamente a una continuación en acto. Acto que nos hace responsables al ejecutarlo pero del cual no tenemos garantías. Nos quedamos sin garante y eso nos desafía a otra disciplina política en una nueva sociedad, que se sustrae a la totalización. El virtuosismo político de Néstor y su lazo con los jóvenes nos adelanta a una experiencia militante nueva sustentada en la recombinación de la autoorganización de la inteligencia colectiva y  el deseo de participación, en la transformación cultural de la vida de la gente y del Estado.

En la tele hablan y lloran los niños. Habla y llora una multitud por la muerte de nuestro líder. Pero los niños, ¿cuándo se ha visto eso? Con la muerte de Evita, quizás. La fuerza aérea argentina hace el traslado. Traslada el cuerpo de Néstor Kirchner. Llueve a cántaros. No puedo acompañar esta imagen tan cara al país. En Santa Cruz lo van a inhumar. Sus restos serán ahora nuestros rastros  para la composición de la Argentina que deseamos. Con Cristina dirigiendo.
 

(*) Director de teatro
Buenos Aires, 29 de octubre de 2010.