La existencia de estos megaimperios mediáticos les permite a los grupos políticos que los dominan imponer “su” verdad como la verdad de todos. Dan forma a la opinión pública. Crean la realidad. Tiene razón Jean Baudrillard –en su libro El crimen perfecto– cuando dice: el crimen perfecto se ha cometido: ha sido asesinada la realidad. Hoy, el capitalismo, se fundamenta en dos fuerzas esenciales, en dos palancas que le permiten seguir adelante y sin las cuales entraría en colapsos más graves que los recientemente exhibidos:
1) Devastación del planeta para alimentar su sistema bélico-industrial. Nada lo detendrá en esta tarea. Ni la guerra colonialista ni la tortura ni siquiera la utilización de armamento nuclear en caso de que sea necesario, y posiblemente lo sea en cualquier momento.
2) Posesión del poder mediático mundial para dar forma a la “opinión pública”, para colonizar las subjetividades, para sujetar a los sujetos y convencer a todos que así tienen que ser las cosas y así serán.
Este poder megacomunicacional tiene sus representantes en cada país y todos saben que luchan –una vez más y como siempre– por la razón occidental, por el poder de unos pocos para dominar a todos los demás. Algunos dicen que la “revolución” que profetizó Marx no se cumplió. En efecto, no. Pero hemos asistido y continuamos asistiendo a una revolución tecnológica trascendente: la comunicacional.
Esta revolución no es “represiva”. No quiere eliminar nuestros cuerpos. Sólo nos pide entrar en nuestras almas, aprisionarlas e instalarse ahí. Sólo nos pide que la verdad sea para nosotros –siempre– lo que ella dice.
Sólo nos pide que pensemos como ellos piensan. Que odiemos a quienes ellos odian. Que nos divierta lo que ellos quieren y nos dan para que lo haga. (Esencialmente basura.) Que creamos en lo que sus escribas escriben. En lo que sus pensadores piensan. Que no se los toque. Que no se los inquiete. Que si apoyaron dictaduras fue porque (aunque sanguinarias) eran dictaduras pro-occidentales y anticomunistas. Que la verdad es una y es la que ellos dicen. Aún no lo han logrado, pero muy pronto –si avanzan los planes de contrainsurgencia contra el terrorismo– disentir con ellos será estar con los terroristas.
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