Monseñor Arana, Ramón Camps y Luis Baraldini -el de la extrema derecha- durante los años de plomo. |
Desde ya que desde el punto de vista jurídico la realización del debate será riquísima en una cuestión central para cualquier sociedad que quiera seguir con vida: sólo terminando con la impunidad es posible la tarea de cicatrizar las heridas.
Pero a esta altura ya casi nadie duda de cuál puede ser el resultado jurídico. De ahí que posiblemente lo más sustancial no sea tanto la condena que aplique el Tribunal, sino más bien la chance de instalar el tema en la opinión pública, y de forma masiva, como nunca ocurrió en estos 34 años que pasaron desde el inicio de la última de las dictaduras.
Durante ese tiempo -y salvando desde ya excepciones- la dictadura fue el gran tema que quedó cobijado bajo esa máxima heredada de esos malos no tan viejos tiempos: de eso no se habla.
Ahora, con el juicio omnipresente, de eso sí se habla. En el comercio,
en la oficina, en el club. En la calle, en las redacciones y en las escuelas. Y también en el chat, en el Facebook, en el Twitter.
En La Pampa, durante los últimos años, han sido sobre todo los medios alternativos los que han posado la lupa sobre los personajes que ostentaban todo el poder en aquellos años.
El juicio -fruto de la lucha de los organismos de Derechos Humanos, de la perseverante insistencia de las víctimas, de la pelea de numerosos sectores sociales y también de la voluntad política nacional de los últimos años- obligará a cobrar dimensión sobre toda la basura que durante tanto tiempo se metió bajo la alfombra.
El tema se hará visible, se extenderá, ocupará por fin las primeras planas de los medios masivos, se hablará en las radios, en los lugares de trabajo, en la parada del colectivo y en los negocios.
Como nunca antes, la dictadura en La Pampa estará en las conversaciones cotidianas, se filtrará en lugares impensados, atravesará muros de desinformación y ocultamiento, será tema en las escuelas y entre los pibes.
Las nuevas herramientas tecnológicas y comunicacionales, con este juicio como marco, permitirán multiplicar la verdad y darán pistas de quién fue quién, de quién es quién, y porqué.
Esa puede ser la mejor consecuencia de este juicio: descorrer el velo que generó el ocultamiento cómplice; sacar la basura de abajo de la alfombra para ponerla sobre la superficie y barrerla; derribar el mito instalado por la propia dictadura, pero también por unos cuantos poderosos de la "democracia", según el cual La Pampa fue una "isla".
El juicio habrá sido un paso adelante no sólo el día en que los secuestradores y torturadores sean condenados a prisión en una cárcel común, sino cuando los ciudadanos sepan lo que pasó, reconozcan que hubo genocidas a la vuelta de la esquina y puedan tratar a cada cual como se lo merece: al buchón como buchón, al médico cómplice como médico cómplice, a las víctimas como víctimas y al torturador como torturador.
Remover el pasado de la dictadura es, desde ya, doloroso. Sobre todo en una comunidad pequeña como la pampeana, en la que los vínculos entre protagonistas son cotidianos y en el que las generaciones sucesivas de torturadores y torturados vuelven a cruzarse en el barrio, en el trabajo o en la plaza.
Pero hasta ahora, y salvo algunas excepciones espasmódicas, o fruto de ciertas efemérides, no hubo una instalación plena de la discusión sobre lo que ocurrió en la dictadura, porqué, cómo, con quiénes y contra quiénes.
Durante las audiencias es probable que surjan algunas revelaciones todavía no escritas, pero la mayoría de los hechos ya se conocen. Sin embargo, la dimensión que obrará como una variante es la del testimonio descarnado en vivo y en directo, la angustia y la emoción humanas al alcance de los sentidos.
El dolor de las víctimas del terrorismo de Estado y la crueldad de los chacales de la picana quedarán expuestos y remarcarán ese abismo de la humanidad, entre la generosidad más plena y el más miserable cinismo.
Pero esa cuestión no debe perder de vista el objetivo que tuvo ese plan genocida: la instalación de un sistema económico en perjuicio de las mayorías populares, digitado de manera imperial y para beneficio de los grandes poderes y corporaciones.
Es decir: no fueron 10 locos que salieron a picanear "zurditos", sino que -también en La Pampa- el accionar fue el fruto de un programa premeditado para la instalación de un modelo económico, político, social y cultural.
Juan Pablo Gavazza
1 comentario:
que foto, pero creo que esa foto hay que completarla con santesteban un amiguisimo de esos 4 genocidas.
Publicar un comentario