Por Juan Carlos Martínez (*)
En esa cruda realidad han transitado sus 34 años de vida.
No fueron formados de acuerdo a la educación y valores que hubiesen querido sus padres biológicos sino los que se les impuso.
Desde que fueron apropiados por la mujer a la que ellos llaman madre, Felipe y Marcela bebieron en las fuentes del engaño, la mentira y el ocultamiento.
Felipe y Marcela dicen que su madre adoptiva “siempre nos habló con la verdad” y que “desde que tenemos uso de razón, nos dijo que somos adoptados”.
Primer interrogante. Si la señora de Noble les habló con la verdad y siempre les dijo que eran adoptados, ¿por qué les negó y les sigue negando el legítimo derecho a conocer sus orígenes, sus historias y la identidad de sus padres biológicos?
No debe haber camino más rápido y seguro para salir de las dudas que ir al Hospital Durán con dos gotitas de sangre, dos trozos de uña o dos cabellos y hacer los análisis inmunogenéticos como marca la ley que la apropiadora no cumple y los jueces no le hacen cumplir.
¿Acaso Ernestina Herrera de Noble desconoce la identidad de los padres biológicos de Felipe y Marcela? De ninguna manera. Ella misma lo admitió públicamente después de su detención en diciembre de 2002, cuando el juez Marquevich la encarceló por los delitos que cometió en los trámites de adopción.
No fue un reconocimiento explícito, pero si se animó a decir que Felipe y Marcela y sus padres biológicos “pudieron haber sido víctimas de la represión ilegal”, es más que evidente que la señora de Noble sabía de qué estaba hablando.
Y como sabía de qué estaba hablando, inventó burdas historias sobre la forma en que aquellos niños llegaron a sus manos, con agregados todavía más burdos: ofreció testigos inexistentes, dio domicilios falsos y falsificó las actas de nacimiento.
Delitos probados con creces y por los cuales el juez la mandó a prisión con el alto costo de su destitución en tiempo record.
Si en la Argentina nadie gobierna sin el apoyo de Clarín, ¿qué suerte le puede esperar a un juez que se enfrenta con semejante imperio? ¿Será la fuerza de ese imperio la que hará prevalecer la impunidad sobre la justicia? ¿Hasta cuándo?
Felipe y Marcela siguen siendo víctimas y rehenes al mismo tiempo. Nada hay para reprocharles.
Si la memoria del hombre pudiera registrar todo lo que vive desde el mismo instante de su alumbramiento, ellos mismos se encargarían de desentrañar la verdad que se les oculta desde hace 34 años. Un imposible que por fortuna la ciencia se ha encargado de reconstruir a través de la más irrefutables de las pruebas: el ADN.
Así de simple.
(*) Juan Carlos Martínez es director de "Lumbre". El artículo fue publicado en su edición digital.
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