martes, 13 de abril de 2010

Rosetta

Si lo comparamos con los 60, el avance del sistema ha sido implacable. Hasta los años 60 se podía pensar en que la voluntad humana (como fuerza individual y colectiva) tenía algún poder sobre el decurso de la historia.
Leyendo una nota de Silvia Schwarzbock, para la revista el Amante, ésta comenta que en el número 106 de Cahiers du cinema (noviembre de 1964) Godard entrevista a Antonioni. El tema es El desierto Rojo. Cuando hablan del personaje de Giuliana (Monica Vitti), el director insiste en que la culpa de su neurosis no está en la sociedad moderna a la que no se adapta, sino en el sistema de valores anacrónicos desde el que intenta resistirse a ella, que no le da respuesta frente a un mundo que ha cambiado. “Es demasiado simplista decir que yo acuso al mundo industrializado, inhumano, etc., en el que se destroza al individuo y se lo conduce a la neurosis. Mi intención, por el contrario (aunque uno sabe con frecuencia de donde parte, pero no adónde irá a parar), es mostrar la belleza de este mundo, en el que incluso las fábricas pueden ser muy hermosas. Las líneas, las curvas de las fábricas y sus chimeneas, son quizá mas bellas que una hilera de árboles que ya hemos visto demasiado. Se trata de un mundo rico, activo, útil. En mi opinión, esa especie de neurosis que se ve en El desierto rojo es sobre todo una cuestión de adaptación. Hay personas que se adaptan y otras que no lo han hecho, porque están demasiado ligadas a unas estructuras o a unos ritmos de vida que ahora se han superado (...) Me interesa subrayar que no es el ambiente el que engendra la crisis, sino que se limita a hacerla estallar. Se puede pensar entonces que fuera de ese ambiente no existiría la crisis, pero esto no es cierto (...) No creo en absoluto que la belleza del mundo moderno pueda resolver por sí misma nuestros dramas. Creo, por el contrario, que una vez adaptados a las nuevas técnicas de la vida, encontraremos quizá, nuevas soluciones a nuestros problemas”.
Y cuando digo implacable me refiero a la capacidad expulsiva que ha tenido sobre los trabajadores el neoliberalismo impuesto por las corporaciones en los años 90.
Mientras que en los 60 florecía en algunos países el denominado Estado de Bienestar, a la vez que se producía la llamada Revolución Verde, es decir, los cambios tecnológicos en el campo, que produjeron innumerables migraciones a la ciudad, fenómeno que dio nacimiento a las Megalópolis en varias capitales; en los 90 no tenemos otra prueba que la foto de la descomposición de muchas de las Instituciones que equilibraban el tejido social.
En ese contexto podemos encontrar cierto derrotismo en el cine actual, que contradice las palabras de aquel esperanzado Antonioni. Un cine que no se ocupa de la neurosis como fenómeno no-adaptativo, sino como síntoma de la expulsión. Volvemos a estar hegelianamente hablando bajo el peso de fuerzas aparentemente ocultas, sobre las que el hombre común ya no tiene ningún poder.
A diferencia de muchas otras películas, el cine de los hermanos Dardenne (Bélgica) no es nostálgico, sino que sumamente urgente, en el intento por documentar los padecimientos que surgen de la contradicción entre el funcionamiento del sistema capitalista frente a la necesidad humana de felicidad.
Y cuando me refiero a lo nostálgico pienso en aquellas películas elegíacas que muestran aspectos artesanales, pacificadores y rudimentarios de “culturas” o formas de vida, prácticamente en extinción, como le sucede a Richard Russo con su literatura, quien valora más que nada, según dice, la América que está desapareciendo delante de
sus ojos: “Por eso, mis novelas tienden a ser como fotogramas de una América que no está invadida por la televisión, que no maneja Internet y que no tiene acceso a todas las distracciones modernas. Una América en la que están cayendo imperios como la familia, la Iglesia católica y las fábricas locales. Es un momento de cambio, no pasa nada, pero percibo que mi escritura es elegíaca…”
Leo en el blog de Roger Alan Koza que unos años atrás David Cronenberg declaraba en el periódico Libération, a propósito de su decisión de otorgarle el palmar de oro a Rosetta de los hermanos Dardenne: “Hemos elegido lo que creemos será el futuro del cine, y sabemos que aquello que hoy está en los márgenes habrá como siempre acabar en el centro… Desde mi punto de vista es pesimista Shakespeare enamorado, pues demuestra no tener fe alguna en el cine. Mientras que Rosetta me permite ser optimista debido a que muestra que el cine puede cambiar el mundo y que posee todavía el deseo y la fe de transformarlo”.

e.f.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

mmmmmmmmmmm que aburrido............

Anónimo dijo...

Si, mirate una de Tristán. O la de Cabré.

Anónimo dijo...

Cual es la de Cabré? esa en la que aparece haciendo un desnudo frontal? donde trabajaba ulises dumont? ja ja!

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