Los muchachos blogueristas

Ya lo dijo el Feinmann que vale la pena: cualquier pelotudo tiene un bloc, soltó JP. Y cualquier pelotudo tiene un blog. Y cualquier pelotudo escribe un libro, según dejó en claro –aunque con otras palabras– Víctor Hugo Morales el día que se cruzó con Luis Majul. En síntesis: cualquier pelotudo cualquier cosa.
Pero en las últimas semanas el Grupo Clarín ha puesto en el centro de la escena a los llamados Blogueros K.
Desde su tapa, Clarín anunció una supuesta anibalada: dijo que el jefe de Gabinete les había prometido plata a los cibermilitantes.
No tardó demasiado el cineasta Pino Solanas en denunciar que el ministro de los bigotes aceitaba a esas “bandas” (así dijo) para calumniar gratuitamente a tipos que no lo merecen, como él.
Un informe del suplemento "Ni a Palos", que publica Miradas al Sur, aborda la cuestión con un poco más de profundidad y seriedad. Y uno de los que explica detalles y alcances es nuestro amigo Gustavo Arballo (la ilustración de este post, justamente, está manoteada de ese suplemento: el autor es Diego Paladino).
El asunto es que los blogueros K no sólo han saltado a la fama, sino que en aparente constitución de una asociación ilícita han quedado frente a la opinión pública como la contracara de los pobres periodistas del Grupo que fueron “escrachados” en un afiche. Con la diferencia de que los cronistas estrella enseguida encontraron quién los defienda.
Los blogueros no tienen ni ADEPAS, ni SIPS ni FOPEAS que los cobijen. Pero el asunto central es el fenómeno en sí, que tal dimensión alcanzó que ni Clarín pudo apelar a su vieja estrategia de invisibilizarlo, como ya explicó uno de los pioneros del espacio, Artemio López.
Tal vez es comprensible el enojo de Solanas porque algunos de los blogs lo toman de punto y a veces derrapan en sus críticas, pero resultaría de una necedad total negar la riqueza que en esos espacios se descubre.
Los mal llamados “blogueros K” han hecho un par de cosas que molestan a las corporaciones: hacen política, en el más puro sentido de la palabra. Y encima se organizan. Y encima son, en su mayoría, jóvenes.
Las corporaciones, y en especial el Grupo, tienen la entrenada manía de relacionar la política exclusivamente con el juego sucio y la porquería. Según esa visión del mundo, una agrupación de gente interesada por una misma idea es en realidad una banda de clientes. Bajo el mismo criterio –por ejemplo– el Estado es la caja (lo más despectivamente posible).
No hace falta la aclaración que viene, pero insistamos: en la actividad política se refugian, desde ya, mercenarios de la peor calaña, mafiosos de toda monta, sinvergüenzas insalvables y mediocres en general. Pero suponer que todo es así, que no puede construirse, que no existen ni las convicciones ni las ideas, deriva necesariamente –y no por azar– en la necesidad de que la cosa pública no la manejen los políticos, sino los tecnócratas y las corporaciones.
Quedarse en la anécdota (posiblemente mentirosa, además) de que el ministro les prometió guita a los blogueros K, es negar la dimensión de un fenómeno en el que hay una riqueza conceptual y argumentativa y en el que ha vuelto a recobrarse el valor de la política como actividad de todos.
Esos blogueros hacen política. Y a mucha honra, por lo visto. Hacer política es discutir, debatir, fijar posición, convencer, argumentar, cuestionar, asociarse con unos, pelearse con otros, defender un interés. Y también salir a la calle.
Esa es, posiblemente, otra de las aristas que molesta al poder fáctico: los blogueros combinan su cibermilitancia con llamados a encontrarse en la calle, convocatorias a marchas y movilizaciones.
Hay ahí en la red una revulsión que bienvenida sea después de tantos años de quietud, después de los ’90 demasiado largos en que hacer política era signo de marcianidad, tras el apogeo neoliberal que transformó a los militantes en usuarios y a los ciudadanos en consumidores.
La enorme mayoría de esos mal llamados blogueros K (mal llamados porque cuando los K pasen de moda, los blogueros y sus ideas van a seguir dando vueltas por ahí) son jóvenes. Y revuelven, en estilos muchas veces desconocidos para la política y para la comunicación. Y casi como a contramano de la esencia individualista de los blog, se organizan: son parte de un colectivo.
Existe no sólo el MPB, sino también la red que los pone en acción. Con aporte de varios pampeanos: alguno especializado en medios de comunicación, otro que se pone la camiseta, otro en tono de efeméride, otra en forma de relato, otro volcado al derecho y sus adyacencias, otro en cóctel literato-humorístico.
Hay de todo, como en botica. Y en esa diversidad está lo buenísimo de este fenómeno comunicacional y político, que ojalá se extienda, permanezca y se siga enriqueciendo, con blogueros K, blogueros solanistas, blogueros carrioístas o con la identificación que se propongan, pero en donde haya esas ganas de jugarse por algo y de usar la palabra en favor de alguna idea.
Porque eso es lo bueno de estos blog: no son meras consignas vacías tiradas al aire, no son cantos de barrabravas, sino argumentaciones, búsquedas, conceptos. Esto no implica que haya que coincidir con lo que se dice. Al contrario: uno de los mejores ejercicios es la disidencia.
Pero que aguante esta forma de hacer política. También esta forma, como complemento de la calle y de otros espacios. Por algo será que al Grupo no le gusta tanto revuelo, tanta vitalidad.
El poder, en general, rechaza lo nuevo y se incomoda ante lo juvenil. Porque el deseo final es que las cosas permanezcan “como siempre fueron”: que la agenda la marque Clarín, que los pobres se las arreglen solos, que los matrimonios sean de un hombre y una mujer, que la protesta social se solucione a los palazos, que la Ley de Medios sea la de la dictadura y que sólo los pelotudos tengan un blog.

J.P.G.