Ficción de la jungla

Rejas negras, sucias de gris, afuera pura basura en la selva, adentro flamencos y una glorieta dentro del pequeño lago, víboras, llanuras, bosques, los felinos poseen una característica, un ritmo preso y acompasado, buscan refugio contra una puerta, en los osos es más tétrico el movimiento autista, enloquecedor, ¿deseos de libertad y modorra de jaula?, los patos se acercan, rondan pidiendo comida con graznidos leves y se van, una pareja con dos chicos pasa, pelean porque la mujer chocó con el carrito la pierna del hijo mayor, jodete dice el hombre, por estar mirando a cualquier lado, las palomas empapelan el suelo, las rejas, guardianes inamovibles, circundan esta humedad de guacamayos, linces y tucanes, un yaguarundí de pelaje moro y a diez metros una multitud de colectivos y autos errantes se disputan el tráfico citadino, el olor a orines y meadas feroces de las jaulas despierta el recuerdo infantil, Adelmar y yo hace años en la primera vez de un zoológico, tres señoras y una niña pasan caminando, se escuchan ruidos de motores dentro y fuera del encierro, la asimétrica belleza de un oso hormiguero deleita el cigarrillo que estoy fumando, pelícanos, baños, publicidades: todo se mezcla en la absurda caminata, la contradicción de una selva tropical construida en un castillo, la prehistoria de un cocodrilo se hunde en el agua turbia de un estanque, los colores de un mandril se apagan en el vidrio y en la vegetación opaca, austera, lentamente la gente se apropia del lugar, el ajedrez dibujado en el cuero de la jirafa y su lengua curva y gorda como una banana podrida también busca comida, los orangutanes sin pelos sufriendo la arrogancia de los visitantes, no juegan, no escuchan, no trepan y yo, el de ahora y el niño, el que sueña y se pierde confuso en el cruce de generaciones, en el parentesco infinito viendo a mi padre antropoide en la jaula, huraño, semidormido, soñando con su cielo verde de ramas en la siesta del trópico.

Negro Vachino