La marcha de las paradojas

Un grupo de vecinos, familiares y amigos de Oscar Ichoust hicieron el viernes a la tardecita una concentración, con breve marcha incluída, en la que dejaron en evidencia algunas paradojas de la cuestión, en el contexto de un tema altamente complejo que estimula un debate sobre cuáles son y cuáles deben ser las prioridades para una sociedad.
En principio, es un detalle por lo menos curioso que unos cuantos militantes de la "mano dura" se hayan dado cita esta vez para pedir mano blanda.
No hay otro modo de llamar a la petición: si pretenden que dejen libre a un procesado por homicidio simple -uno de los delitos más graves previstos por el Código Penal- ¿qué quedaría para el acusado de un robo, de una pelea o de ruidos molestos? (Sobre todo si partimos de la base de que atentar contra la vida humana es lo peor que se puede hacer).
Por otra parte, también es cierto que la libertad de Ichoust parece ser una cuestión de horas: la Corte Suprema de Justicia ha ordenado que -salvo raras excepciones- los procesados sean puestos en libertad hasta que llegue la hora del juicio oral, a no ser que haya pruebas de que se puedan fugar o ponerle obstáculos a la investigación judicial.
La jueza Laura Armagno cree que esas posibilidades están presentes en este caso, pero es posible aventurar como probable -en base a antecedentes- que el Tribunal de Impugnación Penal otorge la excarcelación.
Eso no reduce las contradicciones y paradojas de una marcha que se presenta como "contra la inseguridad" pero sale en defensa de una de las cuestiones que más inseguridad generan: la presencia de armas de fuego -además de manera ilegal- en domicilios particulares y en manos de vecinos con poca pericia para su manejo.
Los vecinos le reprochan al Estado que "no hace nada para parar la inseguridad", pero justamente en un caso en el que sí ha hecho: para frenar la inseguridad es que una jueza procesó a un homicida y lo mantuvo detenido.
Por eso: fue la marcha de las paradojas.
Marylin Ichoust, con la comprensible desesperación que corresponde a una mujer cuyo hermano quedó preso en estas circunstancias, se permitió decir -y el diario La Arena lo publicó- que Ichoust "ahora es una víctima igual que el chico muerto". No es cierto: nadie puede pedir que liberen al niño Cristian Azcona, porque lo mataron de un balazo, sin ninguna intervención judicial ni institucional. Un revólver calibre 22 le selló el destino. Él sí que es una víctima.
Eso no quiere decir que Ichoust esté feliz con su logro. Pero tampoco se lo puede considerar "una víctima igual" que quien aquella madrugada fue su blanco.
Entre las paradojas se incluye la teoría de que Ichoust se armó para "proteger" a su familia, cuando ya hay al alcance de mano resultados contundentes de que no logró ninguna protección, sino todo lo contrario.
Ese es uno de los resultados de armarse: el tiro puede salir por la culata. Lejos de proteger a su familia, Ichoust no sólo terminó con una vida de apenas 13 años sino que se complicó la vida a sí mismo y llenó de angustia a sus seres queridos. ¿De qué valió, entonces, armarse?
La paradoja central de la marcha del viernes -envuelta en consignas conservadoras y apropiándose de las máximas fascistoides que circulan a toda hora en esta ciudad- es que los mismos que piden que al pibe chorro lo encierren sin piedad, los que reclaman que al ladrón lo metan preso a sufrir, ahora están pidiendo que Ichoust, que entró por una puerta, salga rápidamente por la otra.