En la contratapa del Página/12 de hoy, por suerte, el dramaturgo Roberto "Tito" Cossa divaga de lo lindo. Ni Palermo ni nueva Ley de Medios. Se pone a tirar pensamientos voladores que quedan picando. Estos son los 3 que nos quedaron a nosotros. Y ojalá que a ustedes...
-En una de las últimas obras del recordado Carlos Pais, un personaje se queja: “Nos estamos quedando sin malas palabras”. Es un hecho cierto, que se va arraigando entre los porteños. Y no es una tontería. ¿A dónde va a ir a parar una comunidad cuyos ciudadanos pierden la capacidad de agraviarse? ¿No será que tanta violencia física obedece al debilitamiento de la violencia verbal?
La cuestión viene de arrastre. Allá por los ’50 mi primo mendocino Roberto Quiroga se asombraba de que en las calles de Buenos Aires los conductores de autos se intercambiaran alguna puteada y siguieran lo más campantes. “En Mendoza, por mucho menos, nos agarramos a los sopapos”, decía.
Ya a comienzos de los ’80 en la obra El acompañamiento, de Carlos Gorostiza, un personaje, con sólo cambiar el tono, usa el hijo de puta como agravio y un segundo después como exaltación. ¡Tanta es la capacidad de desarmar la provocación del lenguaje que hasta hemos logrado convertir el peor de los insultos en el mayor de los elogios!
-Parece que los argentinos tenemos una relación especial con la ch. Las dos últimas palabras incorporadas definitivamente al lenguaje popular son trucho y escrache. Los jóvenes recuperaron el chabón, de vieja data, que en su origen fue el vesre de boncha. Y no hablemos del chanta, integrado para siempre. Castellanizamos el apellido Demichelis y conservamos el origen italiano cuando mencionamos a Ceconatto. ¿Para qué? ¿Para preservar la ch? Turro está en vías de extinción, pero guacho permanece. ¡Y la ch es una letra que hace poco fue excomulgada del abecedario!
¿Por qué será, che?
-Tengo para mí que los argentinos estamos abusando del adverbio obviamente. Primero, porque no creo que haya tantas cosas claras en el país. Pero, además, es una palabra que hasta no hace mucho pertenecía al lenguaje exclusivo de los intelectuales y ahora la usan hasta los futbolistas. Y la usan como si la exhibieran. Es una recién llegada. Chirria, como puerta de viejo ropero. ¿No será prudente recuperar, aunque sea en parte, el más humilde por supuesto?
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