El circo y la gilada

No hay en el mundo capitalista globalizado nada que pueda evitar el circo, el marketing y la exposición mediática. Desde la Navidad hasta la presentación de un libro de –digamos, por ejemplo– Eduardo Galeano, todo está envuelto, en algún punto, por ese circo del libremercado, pasando por las guerras, el deporte, el arte o la presentación de la información.
Pero hay situaciones en que el circo es el hecho en sí mismo y nada hay que lo sostenga: no hay otra esencia que lo justifique, no hay por detrás ninguna tradición, ningún afecto, ninguna identidad, ningún símbolo ni concepto.
Eso ocurre con el rally Dakar que pasó por Santa Rosa. Para insistir con las comparaciones odiosas y los ejemplos al alcance de la mano... el fútbol de cada día está copado, también, por el circo, el marketing y la gilada, pero eso no impide lo esencial: el fútbol es un juego, que despierta entusiasmos e intereses, que mueve pasiones y expresa ideas, desde mucho antes de su ultraprofesionalismo.
Alrededor del fútbol (o del automovilismo, o de la música, o de la política) hay un circo –y hay, además, una dosis de machismo insoportable, y una dosis de violencia barrabrava, y una dosis de racismo deplorable– pero también hay un genuino campo en el que entran en debate un montón de cosas: lo lúdico, el esfuerzo, la solidaridad, el egoísmo, los frutos del trabajo en equipo, la belleza, el conocimiento, el folclore que habla también de signos y representaciones.
Todo eso está en juego. Hay hinchas de Boca, de River y de los demás equipos, como cuando el Turismo Carretera era pasión de multitudes y había entre los asados hinchas de Ford y de Chevrolet o de pilotos como Roberto Mouras, o Pincho Castellano o el que fuera.
¿Pero qué tiene de ese interés genuino la farandulesca movida alrededor del Dakar?
Eso es el circo y la gilada: miles de santarroseños arrastrados para el lado que la plata se propone y que el poder quiere. No es nada nuevo, desde ya. Pero en todo caso es una exposición masificada, exagerada, sistematizada.
El circo y la gilada es eso. No los amantes del automovilismo que se acercan a pilotos que conocen, o que admiran de cerca motores impresionantes.
Pero el circo y la gilada sí son todos los otros –la enorme mayoría– que se pliegan acríticamente, atontadamente, autistamente, a una moda impuesta por los multimedios y por el poder económico.
El circo y la gilada son los que nunca en su vida se levantarían a las 5 de la mañana pero esta vez lo hicieron, aunque no tengan ni la más puta idea del nombre de uno solo de los pilotos.
El circo y la gilada es esa actuación por imitación, esa estúpida pertenencia a la manada que va para allá porque hay que ir y es lo mismo si pasa un príncipe campeón de rally que un rey de la muerte o un dios católico.
El circo y la gilada es que tengamos un Estado que no sólo no cobra nada, sino que -encima- pone millones de pesos para que estas tropas "salvadoras" sobre caucho del mejor vengan a pasear sus imponencias por el país.
El circo y la gilada es esa manía por dejarse llevar de las narices para el lado que sea, ese afán por comprar mentiras, no importa cuánto valgan. ¿Cuántos de los que se apiñaron en las calles conocían hasta el año pasado qué era el Rally Dakar? ¿Cuántos serán capaces de seguir los resultados hasta el final de esta misma competencia? ¿Cuántos siguieron la carrera, alguna vez en su vida, aunque sea desde las fotos que sacaba El Gráfico?
Eso es el circo y la gilada, y desde ya que no es este el único circo ni la única gilada.
Como el circo y la gilada no son una gambeta y un gol de Messi, sino su multiplicación mediática, su exposición publicitaria, su interminable propagandización, el circo y la gilada son esas voces que repiten como si fueran ideas, o pensamientos propios, esos datos que les clavaron en el fondo del cerebro a través de las pantallas.
El circo y la gilada son esos pelotudos a los que jamás se les daría por conocer el monte pampeano, o las rutas del interior, y sin embargo esta vez partieron histéricos hacia algún punto de esa geografía para ver pasar a las máquinas.
El circo y la gilada son ese santarroseño alelado que se plantó frente a un turista recién llegado y le dijo “¿Where are you from?” para encontrar como respuesta: “De Buenos Aires”.
El circo y la gilada son esos pilotos que se creen no pilotos, sino íconos, actores, pensadores, semi-dioses y que posan chongamente para pasar "a la posteridad" la tonalidad de sus abdominales.
El circo y la gilada es esa desesperación por fotografiarlo todo, como si de veras fotografiarlo fuera vivirlo.
El circo y la gilada es contar mil veces la anécdota que otro ya contó, repitió, trasladó a los medios.
El circo y la gilada es que la Dirección de Prensa de la Municipalidad se haya dedicado a informar sobre el rally, como si de veras esa fuera una tarea de esa oficina, o una preocupación de la comunidad, o como si los resultados o las declaraciones de los protagonistas fueran a modificarle la vida a la ciudad.
El circo y la gilada es mandarle a TN cualquier filmación pedorra de un celular, y que encima TN lo ponga al aire, despreciando a los televidentes.
El circo y la gilada es acercarse a todo ese show simplemente porque está integrado por “famosos”, porque salen en los medios, porque hay una torta de plata dando vueltas (torta de plata, por supuesto, que queda en las mismas manos, las mismas marcas, los mismos sectores, los mismos países).
El circo y la gilada es tomarse con “viveza criolla” eso de que los europeos –¡qué boludos, ellos!– se "pierden" este tipo de espectáculos porque no permiten que se haga pelota el medio ambiente.
El circo y la gilada es creer que esto es una muestra del primer mundo civilizado cuando en realidad es una exposición de la barbarie neocolonial.
El circo y la gilada la padecen los pobres animalitos de la fauna pampeana, que sufren como un auténtico tsusami el paso de cientos de vehículos, el ruido impiadoso pisando nidos, haciendo mierda las crías, ahuyentando a los animales autóctonos.
El circo y la gilada es el alto perfil de impresentables funcionarios públicos, chantas de primer nivel que se florean en medio de todo el show como si fueran los que tuvieron la idea.
El circo y la gilada son los pavotes de todas las edades que van a exhibirse ellos mismos, a mostrar sus autos o sus cuerpos, a alardear de su ignorancia.
Eso es el circo y la gilada. No el deporte, no el automovilismo, no el genuino interés de los que lo tienen, no el sensato fanatismo de los tuercas de corazón que siguen a un equipo o a un piloto, pero sí toda la otra fanfarria de quienes van para allá porque van todos; copian poses, movimientos y palabras; mezclan glamour trucho con populismo barato; compran ídolos de cartón pintado y se entregan –mansitos, como ante una elección o ante la promoción de un supermercado– al circo y la gilada, para que el mundo siga andando así de feo, así de injusto, así de zonzo.

J.P.G.