Era cierto: Luca no murió

Después del final de la película, queda rondando el sabor de la angustia. Un poco de tristeza, aunque Luca no haya muerto. Pero el documental de Rodrigo Espina que pasó por la pantalla gigante del Jockey, el viernes, contagia de una época que ya no es, en la que el mundo parecía un poco más maravilloso y menos inmundo. Tal vez, simplemente, porque Luca andaba por ahí.
El documental emociona. Está repleto de testimonios cargados de cariño y de esa fucking energía que rodea todo lo Prodan, todo lo Sumo.
Las grandes perlas del filme las aportan las mujeres: el testimonio de la madre de Luca es impagable, una belleza por donde se lo mire, casi una actriz ideal para la ocasión; y la contribución final que hacen las otras mujeres que estuvieron con Prodan –sus “novias”, por decirlo de algún modo– resultan la frutilla de un postre dulce pero que en vez de empalagar enternece.
También se hace evidente –eso es verdad– que una parte de la historia no estuvo muy de acuerdo en contar a Luca así: están ausentes los temas en castellano, como si la disputa por los derechos hubiera mutilado la obra completa. Y tampoco aparecen Ricardo Mollo y Diego Arnedo, los Divididos que se negaron a formar parte del documental y que apenas son mencionados.
Después, está bárbaro: la selección de los temas, la oportunidad de su aparición, las letras que refrescan la memoria de canciones en inglés cuyos mensajes en más de una ocasión pasan desapercibidos, la muerte contada como si fuera apenas un detalle, los retazos de filmaciones de aquellos buenos viejos tiempos de sonrisas exageradas, libertades desmedidas y campeonatos de ginebra.
La muchachada del Jockey –unas 300 personas con un promedio de edad que quizá no llegaba ni a los 30 años– asistió a la proyección con cierta timidez. Sonó algún “Luca no murió” con opaca melodía, pero no pasó de eso. Los más grandes no hicieron ni siquiera el fallido intento de un estertor en forma de armonía: los condenó al silencio ese nudo en la garganta.