Una represión brutal

El gobierno nacional cometió lo que es una auténtica represión brutal: no porque el accionar de Gendarmería se haya caracterizado especialmente por la violencia, pero sí porque fue literalmente brutal, es decir una decisión cargada de torpeza.
La detención de uno de los principales líderes de la revuelta de la patronal agropecuaria, Alfredo De Angeli, significa para el oficialismo un boomerang que sólo puede entenderse desde una estrategia repleta de zoncera.
La innecesaria intervención de los uniformados, con sus patéticos escudos, con esos nefastos pasitos milicoides, terminaron por martirizar al mediático referente del interés de “el campo”.
La reacción fue la lógica, y la que cualquier cabeza pensante podía esperar: los piquetes que todavía estaban pero mantenían la tibieza se volvieron durísimos; los cortes de ruta que ya habían sido levantados están otra vez de pie; los que dudaban acerca de qué lado posicionarse se colocaron en el lugar de los reprimidos inútilmente.
En Entre Ríos la actitud de los gendarmes causó una enorme bronca. La indignación contagió incluso a los porteños de los barrios más acomodados, y a otros sectores de la patria que no habían puesto en evidencia semejante preocupación por los derechos humanos cuando mataron en el puente Pueyrredón a Kosteky y Santillán.
El conflicto ingresa ahora en un camino enrarecido, de salida confusa, donde reina la tensión, mezclada con el fantasma del desabastecimiento y la inflación.
La violencia, por ahora, sólo ha asomado. A De Ángeli no lo golpearon ni lo maltrataron, lo detuvieron innecesariamente y lo soltaron a las pocas horas. Pero con ese paso el gobierno cometió la peor brutalidad en los más de 90 días que lleva el conflicto.