domingo, 9 de mayo de 2010

Miedo (al ridículo)

Cada cual es dueño de pensar como le plazca. El asunto es que, últimamente, las convicciones fueron abriéndole las puertas al fanatismo. Y éste, al patoterismo. Varios colegas pasaron malos momentos: desde sillazos en la Feria del Libro hasta puteadas en cuatro idiomas por parte de militantes algo pasados de rosca, pasando por alguna acusación de “vendido”, “traidor” o “gorila” en alguna platea futbolera de club grande (hubo manotazos).
Como no hubo sangre que lamentar ni chichones que desinflamar, la Propaladora para Todos se encolumnó detrás de su típica cerrazón en el pasado. Desde varios espacios se llamó a no tener miedo por respeto a los que fueron secuestrados, torturados o desaparecidos por la dictadura, como si haber sobrevivido al terror fuera una vacuna eficaz para evitar el contagio de otra clase de locuras.
El mensaje se traduciría así: ustedes no tienen miedo, se venden desde el miedo o, en el mejor de los casos, son unos tilingos con ataque de pánico. Si acá no pasa nada, che.
Ya se hacen chistes al respecto. La desopilante revista Barcelona acaba de ocuparse del asunto con su habitual tono negro y cannábico (ver tapa del último número en esta página). Da risa. Sobre todo, claro, si el rostro de uno no aparece entre los ahí tachados bajo el título “Cuiqui” y bajo amenaza de ser escrachado, secuestrado o enterrado en “tumbas TN”. Pero hay que reírse.
Porque ése es el juego: convertir al medio, al que debe informar sobre lo que hacen los actores, en protagonista. En un igual. Un competidor. Un fucking “destituyente”. Más pánico que nada debería provocarnos el sentirnos cómodos en ese lugar. Tal vez en este mínimo minuto los periodistas de veras deban temerle más al ridículo que a la violencia física.

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