domingo, 18 de septiembre de 2011

Yo no la maté

(Foto Solana Lanchares Vidart)
La enana Willy pasea por Venecia fumando cigarros. Extasiado se deleita aspirando olores con historia, auténtica mierda flotando por los canales, majestuosos los puentecillos, pintorescas las góndolas deslizándose por el agua oscura barro mierdosa, ángeles en Venecia y su maldita hermosa historia de magnífica urbe en la civilización occidental. Todo es magno. Hasta lo exasperante y nauseabundo es mágico. Así le pega a la enana Willy otra puta ciudad de la vieja Europa. Libre, peloteando flashes de Atnasasor, recuerda a Olga Smith. La recuerda muerta. Intenta pensar en llamar a Sergio Evaristo para hablar de algo pero se resiente por un escalofrío. Tira el cigarro que esté fumando. Rememora, como si estuviera escuchando ahí mismo, las palabras de amor en esa noche brava. Una noche en la que realmente perdió todo: su vida, sus cosas y a Olga. Siempre voy a ser tuya, Enana. Las palabras retumban en su cabeza divagante una nochecita templada observando el canal Giudecca. Asustado, Willy sabe que es sospechoso. Que su mejor amigo sea el Inspector es un privilegio por dos asuntos: personal y legal administrativo. La amistad que los une es memorable: décadas de andanzas jocosas, amigables, ridículas. Pero eso no lo salva de ser sospechoso. El sol naranja salpica el horizonte y múltiples tintas rojizas, violáceas, amarillentas enmudecen el celestial con flor de ocaso en Venecia. La enana Willy prende otro cigarro de mariguana. Con  la terrible calada fuma un cuarto de porro. Sopapa de humo. Yo no la maté se dice a sí mismo. El febo durmiente acuesta el cuerpo bajo sábanas de ensueño. Sin verse, los reflejos rebotan en los cristales, chispeando los ojos tras las gafas de Willy. Yo no la maté. La condena de la propia moral con la estúpida repetición de Yo no la maté no surge efecto. Camina y camina. Fuma y fuma y fuma. Cruza puentes y anda por plazas, callecitas y vaporettos. Se pierde en horas, crepúsculos y días. Cien noches pasan como botellas de bebida energética para recuperar sales. Venecia lo envuelve con sus brazos y canales. El laberinto de agua podrida es ideal para su exilio. ¿Si me vuelvo para Atnasasor, alguien me salva? El mundo se torna tétrico lejos de casa. Tengo que llamar a Sergio Evaristo. En Venecia anochece. La ciudad prende mercurios, lámparas, luciérnagas fosforadas vuelan por el azul marino de la oscuridad. Airosos, los recuerdos de Olga huyen para siempre. El pellejo de la enana Willy es más importante. Busca un bar y pide una cerveza. Un par de estrellas huesudas adornan el comienzo de otra noche. Escucha la marea de millones de litros de agua. La corriente va y viene, continua, pudriéndose. Comercios metálicos cagan ruidos desde sus pequeñas empresas italianas avarientas. Vidrios. Muchos vidrios. La enana estática en el bar empina otra cerveza. Un punto errático en el medio de Europa fumando recuerdos de luna y confesiones de fuego.

negro vachino

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